DESDE LA CORTE
La ruptura de todos los puentes
CUANDO ayer leí que los tres partidos gallegos (Socialista, Popular y BNG) habían llegado a un acuerdo sobre el idioma en la enseñanza, tuve ganas de llamar a felicitarles. Un pacto político en este tiempo, sobre todo entre las siglas PSOE y PP, es tan insólito que parece la noticia del hombre que muerde al perro. Sólo pactan algunos estatutos de autonomía, pero no es por sentido de estado: es por miedo a las urnas. Ninguno quiere quedar en una comunidad como una fuerza política inmovilista que se opone a los avances en autogobierno. Fuera de ese campo, el desencuentro es absoluto, escandaloso y decepcionante para el ciudadano. Es más: se aprovecha todo para abonar la confrontación. Y así, sobre el cuerpo todavía caliente de la pobre Idoia se sembró el germen de la pelea, en un impúdico debate sobre el carácter de la presencia militar en Afganistán. La clase política se ha puesto a discutir si estamos en una misión de paz, de riesgo o de guerra. Se puso a tirar de la Cruz del Mérito Militar, para discernir el color del distintivo. Se antepuso el electoralismo y el interés de partido al dolor humano que su muerte ha producido en todo el país. No se esperó a que llegaran sus restos a Friol. No se respetó el desgarro de su familia. Y en la misma fecha, el gran desgarro político: Eduardo Zaplana dio por roto el llamado Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El Partido Popular se niega a acudir a más reuniones preparatorias. Es pronto para decir si esta actitud clausura para siempre ese escenario de acuerdo, pero casi da igual: esas «reuniones preparatorias» se estaban celebrando sólo para evitar la comunicación de la defunción oficial del Pacto. Ni tenían contenido, ni servían para unificar criterios, ni aportaban unidad de acción. El Pacto era como un enfermo terminal que ya no tenía vida propia, sino que mantenía una existencia ficticia, mantenida con respiración artificial. Pero, como a los seres humanos, se le podía aplicar el dicho popular: mientras hay vida hay esperanza. Aunque fuera ineficaz, mientras se le mantenía vivo se mantenía un puente entre los dos partidos que lo han suscrito. Al negarse a asistir a las reuniones, el Partido Popular muestra su hastío por tanta reunión inútil, pero corta el cable del respirador que mantenía al enfermo. Ya casi no hay vida en el paciente. Mientras la inmensa mayoría de la sociedad pide a ambos partidos que al menos se unan frente al enemigo común, ellos se disponen a romper escandalosamente el único acuerdo que mantenían. Y atención: no es que se nieguen a firmar pactos nuevos. Es que matan el único vigente. Acaban de cortar el cable de la esperanza, aunque sea un cable de respiración artificial.