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Publicado por
PACO SÁNCHEZ
León

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CONOCÍ a Sebastián Álvaro, el director de Al filo de lo imposible , hace cinco o seis años. En un almuerzo tranquilo, descubrí a un hombre sereno, repleto de sentido común, excelente conversador, sencillo. Por alguna razón imaginaba que un aventurero debería tener otro perfil, más cercano al de aquellos que había conocido: fortachones, fanfarrones, fantasiosos y... fantasmillas. Casi todos los adjetivos que empiezan por «f» se les aplican. A Sebastián Álvaro, no. Y ayer, al regresar en coche de una cena, me lo encontré en la radio. Hablaba de por qué algunos, contra toda lógica, sobreviven a los accidentes. Buscaba el común denominador de los supervivientes. Comentaba cómo, sorprendentemente, un estudio norteamericano llegó a concluir que la tasa más alta de supervivencia entre los que se pierden en la naturaleza corresponde a los niños de menos de seis años. Es decir, a aquellos que, según el viejo catecismo, no han alcanzado el uso de razón. ¿Por qué? Según Sebastián Álvaro, porque los niños de esa edad aún no son capaces de elaborar mapas mentales y porque se comportan como los animales: se echan a dormir si les entra el sueño y se guarecen si sienten frío. Los mayores, no. Son incapaces de desandar lo andado, que es la primera medida que toman los más pequeños. Los mayores dibujan sus planos mentales y se empecinan en un camino que sólo existe en su imaginación. No hay modo de evitar que se pierdan cada vez más, sin remedio. Porque, además, creen que volver o abandonar su erróneo mapa mental sería una derrota. Marchan decididos a una muerte cierta. Eso sí, muy seguros de sí mismos.