Diario de León
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León

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Tan españoles como los demás Ha llegado el momento de que contestemos como se merecen, a estos energúmenos que confunden -con la peor intención-, la libertad de expresión con el insulto bajo y rastrero, porque piensan que el ciudadano de a pie, lo asimila literalmente, dado que nos consideran analfabetos, para que votemos a los buenos, «que son ellos». Yo no tengo carné político, respeto rodas las opiniones, del color que sean; así es la democracia que nos facilita mediante el voto, cada cuatro años, cambiar al que no cumple. Mientras esto llega no tenemos por qué aguantar, que nos llamen terroristas a once millones de españoles, que llevamos a La Moncloa al actual presidente. Tan españoles como ellos aunque no llevemos la bandera en la correa del reloj. Creo que la justicia, además de la sanción correspondiente, debería obligar a publicar su foto en la prensa nacional, con un cartel al cuello que diga, «por insultar a los españoles» José Martínez Rodríguez (Villaquejida). A nueve meses por muerto El señor De Juana Chaos ha asesinado a veinticinco personas. Dicen que ha cumplido dieciocho años de cárcel. Y todos sabemos -ojalá me equivocara- que en poco tiempo estará en la calle. Y supongo -porque no se ha arrepentido de sus crímenes- que volverá a «luchar» por «la causa». Y ya sabemos cómo se las gasta la criatura. Hasta aquí los hechos: unos ya verificados, y los otros, por desgracia, más que probables. Ahora cojamos la calculadora: divido dieciocho años entre veinticinco asesinatos, y a ver, a este sujeto cada asesinato le ha costado ¡nueve meses por muerto! Esto es matemática pura, señores. Ahora bien, imaginemos que yo me enfado con toda mi comunidad de vecinos, por no estar de acuerdo, por ejemplo, con lo aprobado por mayoría en una reunión. Y empiezo a decir que no soy libre para decidir mi destino, y que mis vecinos me están oprimiendo porque se me obliga a acatar lo acordado por todos, y que las normas de comunidad de vecinos ya no sirven a mis intereses porque conforme a ellas no puedo autodeterminarme según mi voluntad y libre designio... Total, que como no me hacen caso, declaro o intento declarar la absoluta independencia de mi pisito. Pero como las autoridades no me dan la razón, porque no en vano formo parte de la comunidad de vecinos, y me obligan los estatutos, etcétera, pues para «presionar» un poquitín y así salirme con la mía, ¡zas!, voy y mato al vecino del segundo (casado y con tres lindos hijos pequeños), así, por las bravas... ¿Podría darse el caso, no? Pues le aseguro, querido lector, que si es usted este díscolo vecino asesino se va a pasar no nueve meses sino nueve años entre rejas como que yo me llamo Santiago. Aunque..., bien pensado, si se pone usted en huelga de hambre a la par que unos amiguetes suyos buscan una «solución dialogada» al problemilla, y mientras se negocia el tema, para «presionar» otro poquitín, sus amiguitos vuelan por los aires cuatro plazas de garaje del edificio en cuestión, muriendo un niño boliviano que jugaba por allí, etcétera... Oiga, pues ni aún así se crea usted que con nueve meses de cárcel arregla haber matado al vecino ese del segundo que tan mal le caía. Y me argumentará: ¿pero no somos todos iguales ante la ley? Pues sí, pero por lo visto, ya se ve que unos más iguales que otros. ¡Ah, se siente! ¡Haber tenido en su casa un hacha y una culebra! Entonces... ¿a quién culpamos de esta flagrante injusticia? Veamos. Los gobiernos y los parlamentos hacen las leyes. Y los jueces y magistrados las interpretan y aplican. Pues hombre, lo que está claro es que el culpable ni soy yo ni lo es el ciudadano honrado de a pie, que ni se dedica a legislar ni a ajusticiar al delincuente. Es evidente que el sistema (por cierto, compuesto de personas individuales con conciencia y libertad) está bastante podrido. Y por ello es justo y urgente rebelarse cívicamente contra el mismo. Al pueblo que no se nos tome el pelo, por favor. Los juristas de verdad ya lo dijeron en su día: «summum ius, summa iniuria», que para el no avezado en latín quiere decir algo así como que a veces la rigurosa aplicación del Derecho conlleva enormes injusticias (¡cuidao que eran listos los jurisconsultos romanos!). Acabo diciendo que sinceramente creo que estamos ahora recogiendo los amargos frutos del positivismo jurídico y de la arbitrariedad de los «poderosos» de este mundo, de los que mangonean o quieren mangonearlo todo. Eso sí, mientras tanto, estos nuestros capitostes gobiernan plácidamente esta partecica, o lo que va quedando de ella, del hospital psiquiátrico-democrático de occidente. ¿Y no les dará vergüenza? Santiago González Fernández (León).

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