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Publicado por
YASHMIA SHAWKI
León

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DESAYUNÉ escuchando sus voces. Sus palabras me sacaron de las brumas de la noche y me dejaron caer en la fría realidad de la mañana que comenzaba. Me concentré intentando discernir a través de las declaraciones algo sobre la personalidad y procedencia de algunos de los acusados del 11-M, pero, no tuve mucho éxito. Mi oído no está entrenado para tales menesteres. Poco después, me enfrenté a la imagen del cadáver de Nasrulah Shanbe Zehi, colgado de una grúa y acabé por despertarme del todo. Ejecutado, tras ser condenado sumariamente, por haber cometido un atentado con coche bomba en Zahedán, capital de la provincia de Sistá-Beluchistán, fronteriza con Pakistán y Afganistán, tenía en su haber una de las condiciones más determinantes para ser considerado terrorista en Irán: pertenecer a la rama suní del Islam en un país chíi. En una mañana tan gris, no pude sino apreciar la chocante diferencia en el concepto de justicia, en pleno siglo XXI, entre un estado occidental y democrático como el nuestro y otro oriental y teocrático como Irán, que bien pudiera reducirse a la comparación entre las imágenes del juicio del 11-M y del infeliz colgado hasta morir. Pero esta diferencia, sólo es la punta del iceberg. En un momento en el que la Comunidad Internacional empieza a impacientarse por los «tira y afloja» persas y se divulga la preocupante noticia del plan norteamericano para atacar Irán si no se aviene a razones, el «sin par» Mahmud Ahmadineyad, no hace sino arengar a las masas sobre las bondades del desarrollo nuclear y la maldad occidental que intenta impedir el progreso del país. Somos tan diferentes y hablamos de lo mismo en términos tan dispares que no hacemos sino dar voces en un desierto en el que nadie escucha hasta que es demasiado tarde.

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