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León

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LA FRASE ni siquiera es ambigua: «Hay demasiados políticos que están tentando a su suerte y esto tiene que acabar. La paciencia de un pueblo tiene un límite». Fue pronunciada por José María Olano, portavoz de Askatasuna, tras los violentos incidentes provocados (por los suyos) en Bilbao. En el País Vasco, vivir o morir puede depender del dictamen de un matón. A éste se le acabó la suerte, decretan. Antes de pronunciar la amenaza, que viene a ser una variante del «le haré una oferta que no podrá rechazar», habían anunciado que «la lucha es el camino» y culpaban al Gobierno del bloqueo de eso que algunos llaman el proceso de paz, pero que no debe ser denominado así pues no existe guerra alguna, sino un conflicto terrorista, que el Estado de Derecho ha intentado generosamente resolver en los límites de diálogo que la legalidad y la dignidad imponen. Sin duda, en el País Vasco hay muchas personas que tras haber creído en la vía violenta ahora abogan por otras fórmulas, pero ¿qué hacer con aquellos en quienes la expresión tentar la suerte resuena como un intolerable vaticinio de dolor? ¿qué sociedad democrática puede absorber a tales personajes sin quedar contaminada por ellos? Otegui, independientemente de la desconfianza y rechazo que nos inspira desde hace años, ha realizado unas declaraciones que no merecen pasar desapercibidas: «El Estado español no debe pagar precio alguno a ETA (...) El Gobierno tiene motivos (tras el atentado de Barajas) para desconfiar de la interlocución». Y ha formulado alabanzas a Zapatero, tras reconocerle éste un cierto cambio de actitud. Desde luego, chocan dichas por él. Ojalá el matonismo de Olano no pase de ahí, porque el País Vasco es el único lugar donde las víctimas tienen la culpa de serlo.