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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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LOS DOS partidos mayoritarios han presentado ya su oferta electoral de primavera, con vistas a ganar las elecciones municipales/autonómicas del 27 de mayo, y ojeando el programa del PP da la sensación de que en sus 680 propuestas cabe también su programa de las generales para las que aún faltaría un año, pero ni dos semanas más. En los próximos doce meses van a celebrarse, pues, dos elecciones, y si un partido con aspiraciones y posibilidades de alternativa presenta un programa que pudiera tener validez para las dos consultas, debería deducirse que piensa considerar a las del 27-M como las primarias de las legislativas siguientes, se celebren éstas en marzo del 2008 o antes, si la atmósfera política se hiciera irrespirable. Por mucho que se opongan los analistas más avezados, unas elecciones municipales van a interpretarse nuevamente como las primarias de unas generales. Pocas veces habría decido el PP echar tanta carne en asador de una confrontación electoral como en las de esta primavera. El PP no difumina sus ofertas municipales en las destinadas a ganar las generales, pues dedica atención al buen funcionamiento de los alquileres, al desalojo de locales «okupados», a medidas anticorrupción urbanística, al suelo disponible para vivienda de protección oficial... y hasta a premios en metálico de tres ceros para los niños que nazcan, pero todo ello se envuelve en un manto de patriotismo en que sólo lo españoles orgullosos de serlo deberían albergarse. Esta modalidad de patriotismo no había caído totalmente en desuso, aunque se usaba cada vez menos, tal vez porque el deber cívico se había ido imponiendo a los espumosos sentimientos que en el régimen anterior surgían de las salas de banderas, como emociones castrenses de obligado cumplimiento por las primeras generaciones de la dictadura franquista. Pero este orgullo de ser español, reflejado en las recientes palabras de Rajoy en la madrileña Casa de Campo: «Sentimos España. No nos avergonzamos. Queremos lo mejor para España..., nadie va a impedirnos que digamos que nos gusta España..., una gran nación que es de todos. Y sobre todo, hay que establecer la cordura. Porque no se puede estar discutiendo sobre estatutos que luego se aprueban por los pelos y sin ilusión». O sea, que hay que estar a lo que hay que estar, y a establecer sintonía con la gente. Trataría Rajoy de acercar a su partido al centro del que tanto se ha distanciado, y esa estrategia no se detiene el 27 de mayo sino que seguirá, cada vez más reforzada, hasta las elecciones generales. Va a tener el país la oportunidad de revivir dos enunciados diferentes del concepto de España, el que en el primer tercio del siglo pasado se defendía en las salas de banderas de los cuarteles y el que se sostenía en la rebotica de los pueblos, donde la tertulia del boticario, el maestro, el médico, el secretario de ayuntamiento, si procedía del árbol liberal, y algún vecino que recibía intermitentemente los libros que le enviaba desde Madrid un hijo suyo que iba por malos pasos, con amigos de izquierdas. Pero nada aconseja que a España se la someta ahora a presiones patrióticas, sobre todo porque nadie tiene derecho, por grande que sea su colección de banderas, a sentirse más español que el que procura hacerse una idea clara de cuál es en cada momento el bien común.