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Publicado por
ERNESTO SÁNCHEZ POMBO
León

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QUIZÁS HASTA hoy no nos lo hayamos planteado con tanta crudeza, pero nunca es tarde para hacerlo. Así que vamos a ello. ¿Que preferimos, que a nuestros hijos los eduque una señora separada que comparte la vida y la alcoba con una nueva pareja o que lo haga un señor, es un decir, al que cazaron recogiendo una comisión de decenas de miles de euros por agilizar licencias urbanísticas? ¿Qué es mejor, que el padrino de bautismo sea un gay o un casado por lo civil, o que lo sea uno de estos próceres que dedican parte de su vida a recoger sobornos a cambio de favores? ¿A quién prefiere tener de compañero de trabajo, al señor, es un decir, que defrauda, hurta, malversa y saquea fondos públicos, o la señora que se ha liado con el vecino del quinto y que vive con él porque así se ahorran el alquiler? Ahora que andamos un poco trastabillados, quizás convenga hacer esta reflexión y ver hasta donde llega nuestra exquisitez y nuestra tolerancia. Y hasta dónde llega nuestro cinismo. Porque en unos casos somos absolutamente intransigentes y en otros, en cambio, no sólo transigimos, sino que admiramos, aplaudimos y homenajeamos comportamientos que son delictivos. Con la que está cayendo en cuestión de corruptelas, sobornos, hurtos, perversiones, prevaricaciones y malversaciones y nosotros estamos a lo que estamos. A rechazar comportamientos que entran dentro de la intimidad de cada uno. Y eso que presumimos de habitar un país libre y de ser muy modernos, muy tolerantes y muy razonables. Pero en cuestiones de moralidad estamos en la Edad de Piedra. Trituramos a los cándidos e inofensivos y condecoramos a los cacos y maleantes. Es lo que mejor sabemos hacer. Y es que no aprenderemos nunca.

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