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EUGENIO BAJO CRÉMER
León

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ESTIMADO compañero y dilecto amigo: Como el protocolo oficial del acto del merecido homenaje que, en pasados días, te rendimos con motivo de tu retirada de la primera línea de la «pelea sindical» (retirada, que no abandono) no permitía que un cualquiera como yo pudiera expresarte en público los sentimientos y reflexiones que, más que el acto en sí, la secuencia histórica y vital anterior, suscitaba, lo voy a hacer aquí, aunque parte de lo que ahora se vierte expresa y literalmente ya lo conoces de sobra. Cuando accediste a la Secretaría General de la Unión Provincial de León de la Unión General de Trabajadores, tú ya tenías una trayectoria sindical que, si corta en el tiempo, el coeficiente de intensidad e, incluso, de peligrosidad que en aquellos tiempos entrañaba tal actividad, hacía de tí todo un veterano en tales lides y yo, apenas llevaba unos meses en la organización. Sin embargo, de no haber existido la exigencia estatutaria de una antigüedad de afiliación -que yo no cumplía- me hubieras incluido en tu candidatura para conformar tu primera ejecutiva provincial; ésta fue tu primera muestra de confianza de las que, luego, a lo largo de los años de coincidencia en la labor sindical me has dado, lo que, para mí, es un orgullo. En aquellos momentos aurorales, te encontraste con una UGT, en todos sus niveles, conformada alrededor de un núcleo de personas muy fieles a la organización y sus principios históricos. Aquí, permíteme un a modo de exordio acerca del significado que, para mí, tiene el término fidelidad. La fidelidad tiene su raíz etimológica en la palabra y concepto fé y ésta, por definición del viejo catecismo del padre Astete es: «Creer lo que no vimos». Pues bien, en ese sentido es en el que gran parte de los componentes -de re-fundadores, se les podría calificar- de la Unión General de Trabajdores de aquellos días se «embarcaron» a mediados de los setenta y que te eligieron como secretario general. Y digo gran parte y no digo todos porque algunos sí habían visto y vivido lo que había sido la UGT antes de los ominosos «cuarenta años»; Rafael Pérez Fontano, Cavia, Dionisio, Arroyo, Julio Huertas -a quien «sucediste»- sostenían una fidelidad y traspasaban una legitimidad que ellos sí habían visto, sí habían vivido -sí habían «mamado» que diría Rafael-. Después, a lo largo de tu tan dilatado como feraz mandato, tuviste la admirable habilidad, intuición, suerte, o... lo que sea, de rodearte de un grupo -cambiante en las personas pero homogéneo en los criterios y comportamientos- de leales (algunos, con algo de «coña» les -nos- llamaban «feministas»). Aquí también se impone una explicación de lo que yo entiendo por lealtad. La lealtad proviene de Ley; la relación de lealtad está afincada, en efecto, en una especie de ley, de acuerdo entre partes, es una relación sinalagmática, en la que, recíprocamente, ambos «contratantes» son libres de romper si uno de ellos incumple dicho acuerdo. Así, los leales no son -no fueron- ciegos, ni sordos, ni, mucho menos, mudos; y tuviste: la cordial brusquedad de Boto y la sedosa queja de Esther y la persistencia resistente de Ricardo y la aparente displicencia de Juan Francisco y la heterodoxia rayana en lo surrealista de Ángel y el disciplinado entusiasmo de Honorio y el artesanal trabajo de Merino y la disponibilidad ilimitada de Marcial y... tantos otros. Estas personas, a semejanza del esclavo que seguía a César en su «imperium», en su triunfal entrada en Roma delante de sus victoriosas legiones para recordarle su condición de hombre, y por ende, mortal y ... falible, usando de su libertad -he aquí la sustancial diferencia con el ejemplo de la historia- te pusieron «las peras a cuarto» o te cantaron «las verdades del barquero» cuando lo creyeron oportuno, sin que ello fuera óbice para continuar como un equipo cohesionado... y leal. Por otro lado, y en contraposición de lo que suele ser habitual en otros ámbitos, fuiste líder entre iguales, tus equipos no fueron, ni mucho menos, gavillas de mediocres -nuestra organización no se podría sustentar en ellos- para no hacerte sombra y lograr el brillo propio por comparación de entorno opaco. Nunca salió de tu equipo nadie que no quisiera salir y todo el que quiso repetir, repitió. De este grupo de leales formó parte -no desdeñable- la extraordinaria plantilla de trabajadores; en su nombre, y para terminar, quiero dar a conocer aquí -«urbi et orbi», permítaseme la hipérbole- lo que de tí dijimos, porque así lo sentíamos, cuando diste el «salto» definitivo a Valladolid y que, al día de hoy, sigue siendo válido: Letanías imprecatorias -ma non troppo- a Fermín Carnero: Maldito Fermín: que recibiste una organización ideologizante, voluntarista, ingenua y taquicárdica y dejas -¿legas?- una organización eficaz, responsable, prestigiada y serena. Maldito Fermín: que con mano de picador y tacto de violinista has logrado manejar y afinar esta «máquina» que es la UGT de León, arrancando lo mejor de cada uno de sus elementos. (Nosotros también nos consideramos elementos). Maldito Fermín: que, al cargar sobre tus espaldas de atlante una inmensa parte de la carga, nos has obligado a todos nosotros a echar sobre nuestros débiles hombros otra parte, quizás más pesada de lo que hubiéramos deseado. Maldito Fermín: Que extendiendo sobre nosotros tu perenne confianza, nos has obligado a mantener un nivel de servicio y autoexigencia por encima de nuestras capacidades. Maldito Fermín: que tomando sobre tí las preocupaciones desde el uno al veintinueve, nos ha evitado a nosotros las del día treinta. Maldito Fermín: honesto embaucador, que siempre has obtenido de quienes han sucumbido a tu seducción de encantador de serpientes -y aquí tienes una buena muestra de «víctimas» de tales prácticas- los mejores frutos para la organización. Maldito y querido Fermín, que tu sombra, alargada como la del ciprés y acogedora como la del roble, nos siga cobijando desde tu nueva responsabilidad, y cuando llegue el momento del relevo -porque resignes el cargo o te sucedan democráticamente- que las imprecaciones que recibas sean tan severas, tan acres, como mínimo, como las que aquí te han dirigido. Los trabajadores de la UGT de León el catorce de junio de mil novecientos noventa y siete. Sin otro particular, recibe el tradicional saludo de los ugetistas, ¡salud y buen trabajo! ¡Hasta siempre amigo!

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