LA VELETA
La vieja derecha
EL RECHAZO del Partido Popular a aceptar su derrota electoral, y su obsesión por recuperar el poder, se han convertido en los únicos vectores que inspiran la política de tierra quemada que el partido conservador ha venido practicando a lo largo de los últimos años. Una lamentable estrategia, inapropiada como respuesta a los posibles errores del Gobierno, que ha conducido al país a una grave crisis política que no se corresponde en absoluto con su situación económica y social. Ahora, coincidiendo con el tercer aniversario de aquella derrota, Rajoy, Aznar, Acebes, Zaplana y compañía han dado una nueva vuelta de tuerca y han decidido poner bajo sospecha al conjunto de las instituciones democráticas. No sé si semejante actitud se debe a su frustración política o a su tradición histórica -o quizá a ambas cosas a la vez-, pero lo cierto es que nunca antes, ni siquiera los movimientos antisistema ni los nacionalistas, había llegado tan lejos como el PP en el intento de deslegitimar el Estado democrático en España. Porque, en efecto, cuando el Gobierno es acusado de poner en peligro la unidad nacional y de claudicar ante los terroristas; cuando todas las instituciones del Estado -Gobierno, Parlamento, judicatura, fiscalía, policía, Guardia Civil, CNI¿- han sido puestas en entredicho, es obvio que el PP no sólo está poniendo en cuestión al Ejecutivo, sino también al Estado. Pero los actuales dirigentes del PP no se han detenido ahí. Convencidos de que el poder les corresponde por derecho natural, destilan un rancio discurso que recuerda demasiado al de la vieja derecha patricia y a su aberrante demofobia. Fue Álvarez Cascos, cuando afirmó que el Gobierno socialista era una anomalía en la historia de España, el dirigente conservador que con más precisión definió la esencia de la estrategia que hoy desarrolla su partido. No pocos entre los dirigentes populares deploran, como Flaubert en 1871, que el número (los votos) «domine a la instrucción, a la casta y hasta al dinero. ¿Qué habría sido de Atenas si se hubiera concedido el sufragio a los doscientos mil esclavos y ahogado bajo ese número a la pequeña aristocracia de hombres libres que habían hecho de ella lo que era?». Otros piensan, como Renán, que patria, honor y deber son cosas creadas y conservadas por unos pocos y, como él, consideran que los sectores populares son en realidad unos intrusos en la casa, unos zánganos introducidos en una colmena que no han construido. Tal es la cultura dominante entre los altos dirigentes de la derecha española. Por eso Rajoy, Aznar, Acebes o Zaplana no pueden volver a gobernar España. Se han convertido en un problema para la convivencia y en un peligro para el Estado. Es necesario jubilarlos definitivamente de la vida pública. En las urnas, por supuesto.