Cerrar
León

Creado:

Actualizado:

LA PRISIÓN atenuada a De Juana ha provocado indignaciones de diverso voltaje. Siempre he recelado del enfado colectivo, pues me gusta mandar sobre el mío. No me gustan los pásalo. El caso de este terrorista también a mí me indigna, pero un anhelo innato de equidad me impide convertirlo en un ataque desmedido contra un gobierno democrático que, acertadamente o no, ha intentado actuar con rectitud. Discrepar es la señal de que nuestra conciencia no duerme, pero las razones deben prevalecer sobre los odios. Cuando me corto al afeitarme, el primer impulso es culpar al servicio municipal de aguas y jardines; luego, me sereno, cojo una tirita y ya reparto las condenas con más lógica, empezando por mí mismo. Respaldar o rechazar las decisiones del poder es una regla de la democracia, pero con responsabilidad y medida. El PP tiene derecho a discrepar y a sentirse indignado, con la fuerza moral que le da su comportamiento heroico e intachable en el País Vasco, pero ¿cómo no sentir asco ante una pancarta en la que se le llama cabrón a Zapatero o ante quienes corean que se vaya con su abuelo? Son expresiones del pueblo, la calle es así, se me dirá. No, también yo soy pueblo y calle. El monstruo etarra gana si nos comportamos entre los demócratas con odio, pues logra su divide y vencerás. PP y PSOE viajan en un mismo barco, con todos nosotros. No reclamemos una protesta social tan flemática que pase desapercibida, ni una crítica política tan tenue que se diluya en susurros, pero cuidado con convocar demonios que no sepa luego exorcizar. Que odien los monstruos; nosotros, no. El debate en democracia ha de ser entre ideas, es decir, entre razones. No puede haber gran política sin respeto, y más en un tema tan delicado como el terrorismo.