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León

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TIP era de derechas, Coll de izquierdas. Fueron nuestro mejor dúo de humoristas del absurdo (la lógica del revés y el revés de la lógica). Durante décadas la principal diferencia entre ambos se limitó a la estatura física. Tip se expresaba con vehemencia quijotesca, Coll prefería la sobriedad zen. Con la democracia empezaron a resultar evidentes sus diferencias ideológicas, aunque con esa patria común que es el corazón. Uno jugaba al billar con Felipe González; el otro, a los chinos en la cervecería Cruz Blanca, en el barrio Salamanca. Ahora, hacen reír a Dios. El hombre del bombín se nos ha ido. Su divorcio profesional fue por amor. Coll tendía al golpe ácido, sobre todo en sus escritos -excelentes- y en sus actuaciones individuales; pero siempre en el registro de la inocencia herida y rabiosa, nunca del resentimiento. Jamás se prestaron a representar un maniqueo ying y yang político con sus convicciones, estaban más allá del rojo y el facha, ni jugaron a las dos españas. En ellos, sumar uno más uno no daba dos. Enlazan con una gran tradición española, a la vez cervantinos y quevedescos, más próximos a Gómez de la Serna y a Mihura que a la mayoría de sus colegas actuales, tan proclives al travestismo. Les debemos muchos buenos ratos. Los españoles siempre hemos tendido a reír en las etapas aciagas. Riamos en su honor, en estos días de crispación forzada y de enemigos ficticios (los verdaderos ya se carcajean ellos solos de nosotros). Desdramatizaban la existencia, sin banalizarla o envilecerla. Jugaban con la ironía hasta el escepticismo más socarrón, pero en un triple mortal sin red convertían la ingenuidad en mágica sabiduría. Hagan sitio en el camarote de los Marx, llega otro más. José Luis Coll. El que les faltaba.

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