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Publicado por
MARGARITA TORRES SEVILLA
León

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DE NADA han valido las oraciones de San Fructuoso, fundador de la Tebaida berciana, ni las de San Valerio o su discípulo Saturnino, que allá por los años del siglo VII erigieron un oratorio en Santa Cruz de Montes. Tampoco los esfuerzos de Alfonso III el Grande y el santo Genadio de Astorga, cuando el uno de octubre del 905 reedificaron aquella vieja y abandonada ermita consagrada en tiempos pretéritos. La adornaron con una sencilla cruz, una discreta inscripción y unos arcos de regusto visigodo. En aquellas líneas de trazos elegantes se recordaban las advocaciones de los santos, entre los que se mentaba a Clemente, que ya es guasa visto lo ocurrido hace unos días, después de más de mil trescientos años de vida. De nada sirvieron, igualmente, las advertencias de los vecinos, ni las protestas ante la situación de precariedad e incitación al hurto que algunos de nuestros representantes elevaron a las instituciones competentes allá por el mes de enero de 2006. Nada. Historia, oración, patrimonio, ciudadanía y avisos cayeron en las alforjas nutridas de desidia de una Consejería de Cultura que es sorda y ciega, aunque no siempre todo lo muda que debería. Sorda a la razón, ciega ante una situación alarmante de abandono y dejadez que culmina en robo, pero no muda para echar la culpa a otros. Y es que la incapacidad llega hasta donde permite la ley de Perrusel cuando advierte de que no hay tarea tan simple que no pueda hacerse mal. Cuenta un antiguo relato sufí que había un maestro muy sabio aunque tan pobre que sólo disponía de una camisa delgada. Un día, las aguas del río arrastraron a un oso desde la montaña. Los discípulos del sabio, que conocían su necesidad, al ver la piel asomar le gritaron a su maestro que se apoderara de aquel abrigo, así que el hombre se arrojó a la corriente, cogió al oso y el oso le cogió a él. Al ver el peligro, los chicos le gritaban desde la orilla: «déjalo y sal». El hombre, desesperado ante el lío en el que le habían metido otros, les respondía: «¡pero si yo ya lo he dejado, que es él quien no me deja a mí!». Y es que esta situación actual de León se asemeja al relato sufi: hace más de veinte años que unos señores, buscando nuestro supuesto beneficio, nos unieron a una región hermana para que camináramos juntos y nos lanzaron a este simbólico río de frías aguas. Desde entonces el oso sobrevive a duras penas, los ríos no siempre portan el agua que debieran, ni riegan do es menester a través de sus canales, los maestros abandonan los pueblos deshabitados, los discípulos se pitorrean de la pobreza, y la necesidad nos arroja a buscar la supervivencia en medio de turbulentas corrientes de personajes que acusan a terceros de su propia dejadez. A veces el hombre tropieza con la verdad en forma de obstáculo en su carrera, en el caso de la ilustre dama segoviana, homónima del santo de la lápida de Santa Cruz de Montes, debería instruirse con los marines para aprender a saltar tanto altar caído, columna reventada, muros desplomados, gárgolas suicidas y lápidas hurtadas. Perderíamos el mejor escaparate de la moda de esta comunidad, pero ganaríamos en eficiencia. Tal vez no fuera mal canje, después de todo.

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