LA TORRE VIGÍA
Añoranza de Europa
DESPUÉS de asistir a la que será su última cumbre europea, el presidente Chirac lamentó públicamente que la Constitución para Europa haya embarrancado: «Fue malo para Europa -dijo- y malo para Francia». Y yo lamento también que el gran mandatario francés, que sigue siendo el mejor político europeo, no hubiese sido más diligente a la hora de entonar su mea culpa. Porque, en vez de dejarnos en herencia un tardío propósito de la enmienda, pudo habernos dejado un titánico esfuerzo encaminado a rectificar un daño del que es, en buena parte, responsable. Tal como estamos, con debates nacionales cada vez más cutres e insolidarios, la construcción de Europa se vislumbra como el único campo abonado para las grandes políticas, y para recuperar la reflexión y el trabajo en favor de los valores democráticos y sociales. Por eso lamento que, mientras Angela Merkel se esfuerza por introducir en la agenda europea algunos temas importantes -cambio climático, energías alternativas y generación nuclear- la política española siga convertida en un mal de vecindad, en el que sólo se dicen tonterías e inconveniencias a costa del terrorismo. Claro que la Merkel tampoco estuvo muy afortunada. Porque no tiene mucho sentido establecer objetivos evaluables a trece años vista -20 % de generación renovable y un fuerte incremento de los biocombustibles- sin antes proponer un plan energético europeo. Lo que cabía esperar de Angela Merkel, que dirige la UE desde la cancillería más poderosa de los 27, es que replantease con fuerza la necesidad de reformar la Unión, y que, como muestra de esa urgente necesidad, nos hubiese enfrentado con crudeza al disparate que supone el mantener 27 políticas energéticas, 27 políticas migratorias, 27 políticas de defensa y 27 políticas exteriores. Ya sé que el horno no está para bollos. Pero, sin pedirle milagros a Merkel, cabía esperar que su primera cumbre fuese la ocasión propicia para recuperar el discurso de Europa, para revisar con sinceridad nuestro reciente pasado, y para dejar claro que el gran proyecto europeo -única referencia posible para la creación de un mundo más solidario, pacífico y democrático- está atascado en la lava incandescente que suelta la política exterior americana. Alguien tendrá que poner colorados a Blair y Aznar, a Polonia y al propio Bush. Alguien tendrá que registrar las traiciones que se han hecho a un proceso que ya navegaba a velocidad de crucero. Y alguien tendrá que devolvernos la esperanza -para Europa y para el mundo- de que otra política es posible. Y en esto falló, de momento, Angela Merkel, en cuyo discurso me hubiese gustado ver la añoranza inteligente y provocadora de una gran Europa.