Diario de León
León

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LO MÁS FÁCIL del mundo es escribir sobre alguien a quien desprecias. Los españoles estamos muy dotados para ello. Se diría que la inspiración es más generosa a la hora de soplarte descalificaciones ingeniosas. En cambio, escribir sobre un amigo -que en cierta medida es como escribir de uno mismo- nos cuesta más, quizá por lo que tiene de triple mortal sin red. Luis Artigue, columnista de este periódico, amigo querido, presentó ayer su último libro, Las perlas del Loco Ventura. En su entrevista con Cristina Fanjul se define como «un no creyente a quien le gustaría tener fe» (el protagonista es un trasunto de Jesucristo). Quién sabe, Luis, las sorpresas que a uno le depara el camino. Cierta tarde, cayó sobre mí una de esas tormentas invisibles para las que no hay más cobijo que las palabras de afecto, y allí apareció él como un mensajero de Camelot, con su paraguas de entusiasmo, venciendo borrascas y domando truenos; una vez hubo escampado, pues ese es el sino de toda tormenta, entramos en una librería y le obsequié en agradecimiento la novela El fin del romance , de Graham Greene, donde el lector es quien debe juzgar si el narrador cuenta la historia como un hombre con fe o aún permanece sin ella. Al leer la entrevista, recordé una bella frase de Leon Bloi que abre la novela del escritor inglés: «El hombre tiene lugares en su corazón que todavía no existen, y para que puedan existir entra en ellos el dolor». Fui a la presentación de su nueva obra, a ejercer el noble arte de alegrarme de los logros ajenos, a sentirlos como propios. Escritor y columnista, domador de tormentas invisibles, con un don innato para la felicidad, tiene la musa en casa. Y eso no sé si puede ser llamado milagro, pero le hace escribir y vivir con ventaja.

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