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Publicado por
PACO SÁNCHEZ
León

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AHORA VIVIMOS en ciudades distintas y hace tiempo que no le veo, pero nos llevamos muy bien, a pesar de que es mucho más joven que yo. Me gusta bromear con él a propósito de su modo de hablar: utiliza las palabras por aproximación, habla, por decirlo de algún modo, al tacto. Como consecuencia, produce expresiones chocantes que, al principio, desconciertan. Por ejemplo, es capaz de espetarte un «te enrollas como las palomas», seguramente porque «palomas» empieza por «p» y termina en «s» como «persianas». O un «bajé a tumba muerta», quizá porque «muerta» y «abierta» terminan casi igual. El caso es que callar no se calla nunca y siempre tiene algo que responder: «Lo dije para echarte mordaza», contesta equivocándose otra vez, porque «mordaza» se parece mucho a «carnaza», aunque signifique algo tan diferente. Pero no discutíamos sólo por su imprecisión lingüística. A los dos nos gusta la pelea verbal y nos enzarzábamos con frecuencia en argumentaciones variadas. Como le llevo ventaja en edad y en experiencia, sé qué hacer para acorralarle incluso cuando él tiene la razón. Al final, riéndose, cuando ya no sabe cómo seguir, termina siempre por lanzar un puñetazo, amistoso pero consistente, contra mi hombro derecho. Esa salida tiene un algo de reflejo natural, casi físico, cuando se rebuscan las palabras sin éxito para rebatir los argumentos -incluso falaces- del otro. Algunos personajes pequeñitos, pequeñitos, recurren con frecuencia a la violencia verbal, al insulto, cuando no disponen de datos y razones para contestar a quien les interpela. O cuando los tienen, pero les avergüenzan, porque confirman las razones del otro. Responder entonces con un insulto no es dialogar: si nada razonable se puede decir, una persona honrada callaría. Pero claro... honrada. 1397124194