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FERNANDO ÓNEGA
León

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BUENOS días, confusión: te estás apoderando de las mentes. Y no sólo por el juicio del 11-M, sino por estos detalles que me dispongo a contar. En la ciudad donde vivo, Madrid, altos responsables de empresas privadas han empezado a organizar almuerzos con periodistas de crónica política para tratar de entender qué diablos está pasando. Antes, los poderosos resolvían estas necesidades de información y claves con una llamada al ministro de su gremio. Ahora la explicación de un ministro ya no es creíble. Y como no es creíble, los empresarios y ejecutivos más influyentes de España necesitan profetas, más que analistas, y quinielas de futuro, más que diagnósticos de situación. Cuando salgo de esos encuentros, tengo la impresión de haber sido utilizado como un echador de cartas. Y pienso que hoy podría ser un buen negocio montar una oficina de adivinación del futuro político. Si no lo hago, es por la corta duración de esa actividad: me quedaría sin clientes el mismo día de las elecciones, cuando las urnas dieran el resultado opuesto al que había vaticinado. Pero no es la primera vez que ocurre en la política española. A finales del franquismo se hizo popular un futurólogo que preveía cómo sería España sin Franco. Después se creó en Presidencia del Gobierno un departamento de prospectiva del futuro, que no funcionaba por las dotes proféticas de los funcionarios, sino por el destino que dibujaba la suma coherente de datos. Cuando los poderosos sienten esta necesidad de anticipar el porvenir, es que todo está muy confuso. Han agotado la capacidad de análisis de sus gabinetes de estudios. No valen las previsiones clásicas. La clase política dominante, tanto del poder como de la oposición, ha roto todos los esquemas de lo previsible. Por ejemplo: ya nadie sabe si Navarra está negociada con los terroristas, o se dispone a ser más foral y autónoma que nunca en la historia. Hay angustia por saber si Rajoy tendría o no algún apoyo parlamentario en el caso de que no obtenga la mayoría absoluta. Se pregunta por la solidez de Zapatero como no se preguntaba antes de ganar las elecciones hace ahora tres años¿ Todo esto revela una crisis; una crisis de confianza en los responsables de la política española. Antes, si un gobernante decía que no se negociaba Navarra, no se negociaba Navarra. Ahora queda la duda. Si un miembro de la oposición aseguraba que se estaba negociando con ETA, nadie dudaba de su información. Ahora queda la sospecha. La crisis de crédito y confianza es que ya nadie se fía de nadie, las palabras no sirven de nada y los grandes intereses empiezan a necesitar profetas en vez de analistas. Cuando eso ocurre, estén ustedes atentos, que está fallando la razón.

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