DESDE LA CORTE
Lo peor, que no haya siquiera precio
LO PEOR que le puede ocurrir a una decisión es que sea imposible de justificar. Incluso imposible de explicar. Es lo que ocurre con la retirada de la acusación a Arnaldo Otegi. Este cronista tiene voluntad de hacerlo porque confía mucho en Conde-Pumpido y considera a Fernando Santos un fiscal serio e incapaz de hacer una cacicada; pero lo confieso: no encuentro argumentos suficientes para la comprensión. Miren lo que pongo de mi parte: 1) Creo que las frases de Otegi no son tan delictivas como lo parecían cuando se pronunciaron. 2) Es cierto que la acusación contra Otegi fue presentada en tiempos de Jesús Cardenal, que perseguía todo indicio, fuese o no fuese delito. 3) Han transcurrido siete años desde los hechos, lo cual hace dudosa la eficacia de la acción de la Justicia. Y 4) Otros dos procesados por el mismo delito y en la misma causa han sido declarados inocentes. Sumado todo esto, parece claro que el fiscal actual tuvo razones para retirar la acusación; pero ¿qué ocurre? Que se trata de una actuación en el ámbito político. Pueden el gobierno y los fiscales decir lo que quieran, que la sociedad entenderá lo ocurrido como una decisión política, mala compañera del procedimiento judicial. Y en una supuesta decisión política, la oposición encuentra servido su discurso más querido: «el Estado de Derecho, pisoteado» o «el presidente del gobierno, entregado a una banda terrorista». Si el PP tiene razón en estas descripciones, es justificable y precisa la denuncia más enérgica. Pero permítanme una duda galaica: ¿y si no la tiene? ¿Qué daño se hace al país con esa incontinencia verbal? Es muy penoso que una decisión tan sensible y dura de digerir por la mayoría de los españoles tenga que ser agravada por una contienda partidista que tiene sus ojos puestos en la rentabilidad electoral. Pues, señores, estamos condenados a eso, porque no sabemos donde estamos. Tenemos que suponer que se trata de un gesto enmarcado en el ámbito de una negociación con ETA, pero no tenemos un solo dato. Y algo peor: no sabemos si responde a un pacto ya cerrado, ni con qué contrapartida. ¿Es, por ejemplo, la satisfacción acordada por la crítica de Otegi a la lucha armada como instrumento para la independencia? Todo esto sería éticamente discutible, pero aceptable como trato de las cloacas: una de las cosas inconfesables que hay que hacer para obtener un beneficio mayor. Pero no lo sabemos. Y en este punto de oscuridad hay que hacer una advertencia: lo peor no es que estén pagando un precio. Eso sería lo más aceptable. Lo peor es que no haya precio, ni componente de pacto, ni nada a cambio; sólo un gesto por tener tranquila a la bicha. Y eso es lo que algunos empezamos a temer.