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Publicado por
MARGARITA TORRES
León

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ESTA semana nos hemos topado con una Extremadura, siglos ha leonesa, que ha sabido mantener un territorio vertebrado, con una población rural firmemente enraizada, para encarar con estas bases sólidas un futuro que se augura difícil para todos cuando cesen las remesas que llenan nuestras arcas hispanas desde allende los Pirineos. Cierto que esta comunidad limítrofe con Salamanca muestra un PIB escandalosamente pobre comparado con Europa: 63, 89%; que sus recursos se sustentan sobre la agricultura y la ganadería desde tiempos tan lejanos como aquellos en los que te topabas con una cuadriga, en un cruce de vías, mientras leías en un miliario romano la guía Michelín del Imperio. También que, pese a ese dato numérico, los extremeños se quedan en Extremadura y no huyen, porque la clave actual del éxito demográfico de la patria de Rodríguez Ibarra radica en comprender y amar el terruño lo suficiente como para querer que sus conciudadanos del mundo rural dispongan de avanzadísimas escuelas para sus hijos; que gocen de un sistema de salud digno, de unos servicios mejorables pero adecuados, de un territorio bien vertebrado donde no se produzca, a la manera de Castillileón , una malla de ciudades mal ensambladas, con un cabezón en el Pisuerga y mucha tierra quemada en derredor. Aquí y allá la despoblación juega con la espada de Damocles ejercicios malabares. Allá, en el entorno de la vieja Emerita Augusta, los Programas de Desarrollo Rural (PDR) buscan un modelo de estrategia sostenible que se asiente sobre los pilares de la prosperidad (crecimiento y empleo), solidaridad y seguridad (protección de la vida y de la propiedad). Aquí, sobre todo, ante todo, por encima de todo y de todos, la carrera imparable hacia la Convergencia Europea. Cubren la pista los nombres de los que emigraron para siempre. Como medalla, la nada. El informe Brundtland, presentado hace ahora veinte años en las Naciones Unidas, definió el concepto desarrollo sostenible como «aquel que satisface las necesidades actuales sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades». La Cumbre de Río, la Declaración de Johannesburgo (2002), la llamada «Declaración del Milenio» de la ONU (2000) y otros referentes internacionales han buscado aunar el desarrollo económico y social con la protección del medio ambiente, garantizando a todos, hombres y entorno, un futuro y un presente que en Extremadura se plasma en realidad. Pero aquí, al menos en ocho provincias y media de las nueve que somos, los pueblos se mueren, las explotaciones agropecuarias se abandonan, el territorio se desvertebra, Boecillo engorda con la grasa liposuccionada a los demás, los jóvenes se fugan y los ancianos cierran las puertas de sus hogares para siempre. Resta la soledad de los cementerios, también abandonados, la vegetación que avanza a costa del hombre, el recuerdo de lo que fuimos, las estadísticas estremecedoras de lo que somos, por mucho PIB de relumbrón que se nos muestre. Como en tiempos de Alfonso IX, siempre nos quedará el consuelo de emigrar a la Extremadura leonesa.