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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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ENTRE tanta pirotecnia política y desvarío público, con las elecciones municipales casi a la vuelta de la esquina, ha pasado poco menos que desapercibido el cincuenta aniversario de El último cuplé, el éxito de taquilla más impactante del cine español. Un melodrama basado en la arrebatada existencia de María Luján, cupletista de postín y una mujer marcada por la vida y sus diversos amoríos con toreros y hasta príncipes rusos. A base de estos ingredientes tópicos se gestó un auténtico «bombazo» en las pantallas, pese a los malos augurios que presagiaban lo peor. Los productores de la época no querían hacer la película y la cantante contratada para interpretar los sicalípticos cuplés, se marchó del rodaje porque no podían pagarle las 200.000 pesetas de su salario. De estas y otras anécdotas nos hemos enterado por boca de Sara Montiel, protagonista del filme y, en palabras del malogrado Terenci Moix, la estrella por antonomasia del cine patrio. Además de la gran Sarita, el hilo argumental de la película está pespunteado, naturalmente, por aquellos cuplés que eran cantos de arrabal y olían a calle. El llamado «género ínfimo» era coto exclusivo para hembras de rompe y rasga que aparentaban, y a conciencia, ser palo para cualquier cuchara. Así, La Fornarina cantaba, en 1915, una letrilla tan llena de demonios como la siguiente: «Para divertirme y por que trabaje, hago al muñequito que suba y que baje». Un mosaico de canciones que hoy nos suenan a puro costumbrismo sentimental, pero que a comienzos del siglo XX hacían perder la cabeza a los buenos y honrados padres de familia, capaces de empeñar la camisa y hasta el honor por unas princesas tan atractivas como descarriadas.

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