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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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LO ADMIRABLE de los filósofos es el tiempo que dedican a pensar, sabiendo o intuyendo que esa tarea no les garantiza siempre tener razón. Fernando Savater es uno de los pocos filósofos que piensan y actúan, por lo que su libro Ética como antídoto y su presencia activa en la universidad y en las calles del País Vasco se perciben como una misma tesis expresada de dos formas distintas. En su afán de dar testimonio personal de sus criterios, se incorporó Savater en Madrid a una manifestación ante el ministerio de Interior, de protesta obviamente, y leyó un texto improvisado de crítica a recientes decisiones judiciales notablemente controvertidas, y lo hizo como quienes «llevamos muchos años en este asunto...». Desde esas circunstancias, el reproche a jueces, fiscales y Gobierno por decisiones que hieren la sensibilidad o hasta la ética de muchos, muchísimos vascos, es comprensible y respetable. Pero... hay otras circunstancias de mayor amplitud geográfica, de ámbito estatal, que puede desconocer un filósofo, pero nunca un gobernante, y eso reduciría la protesta de Savater a una crítica personal, a la que le faltaría, como nos falta a todos, información complementaria sobre lo que no es de momento visible, lo que sucede entre bastidores de la trama. Y la trama se orienta, con mayor o menos fortuna, al fin de la violencia etarra. Savater se desahogó arremetiendo contra «los que reducen todo eso (las airadas protestas) meramente a una pugna electoralista, teledirigida por el partido de la oposición». Y «no es verdad». «Yo creo que están haciendo simplemente pornografía informativa» y «los hipócritas que están tan preocupados por las banderas preconstitucionales que se ven a veces no tienen más que ir (a una exposición) al País Vasco y ver las fotografías que se exhiben, los lemas que se exhiben, el monopolio nacionalista del euskera que se revela, etcétera». En política de-mo-crá-ti-ca siempre existe un enfrentamiento permanente entre el grupo en el poder y el grupo que aspira a obtenerlo, al que se le considera alternativa. Y desde esa perspectiva sorprende la infravaloración de los símbolos preconstitucionales que hacía ayer Savater en Madrid, comparándolos con la realidad de los símbolos exasperadamente nacionalistas en Euskadi. La carga a menudo siniestra de los símbolos, cuando sirven de coartada o pretexto para el cainismo, es bien conocida por Savater, y de ahí que no se entienda bien cómo instala las expresiones exaltadas del nacionalismo vasco, con su pasión absorbente, en un nivel de mayor peligrosidad o alarma que la exhibición de banderas de Falange o de la rojigualda con el aguilucho de perfil.

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