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CUANDO le preguntas a la gente si ve los programas del corazón siempre dicen que no. Por supuesto, pese a no verlos, conocen de memoria los nombres y vicisitudes de cada uno de los personajillos que pululan por las parrillas. Yo creo que debo ser el único escritor que afirma ver con regu laridad Dónde estás Corazóny Dol ce Vita -antes Salsa Rosa-. Muchas veces con la sensación de estar perdiendo el tiempo, todo hay que decirlo, pero es una sensación que acallo con presteza. Sin embargo el viernes pasado no me aquejó para nada esa sensación. Es más, me sentí orgulloso y realizado por ver el programa que estaba viendo. Serían las 22:20 cuando Bertín Osborn e entró en el plató de Donde estás Corazón para contar que su hijo sufre de listeriosis. Una infección bacteriana que le provocó a la madre un parto prematuro (seis meses) y al bebé una inflamación en el cerebro que a la postre derivará en daños cerebrales permanentes. Mientras Bertín lo contaba, apenas unas horas después de conocer el diagnóstico, yo como padre me preguntaba qué clase de corazón y de entereza hay que tener para afirmar que para ellos el niño, venga como venga, es un regalo de Dios. Una maravilla. Que les hace muy felices y que ellos se encargarán de hacerle muy feliz a él. Bertín, por supuesto, donó la cantidad que le correspondía por acudir a la tele a una ONG. Pero eso es lo de menos. Lo alucinante es cómo hizo una afirmación de amor a la vida, de amor paternal incondicional y absoluto, que se aleja de la tónica habitual en ese tipo de programas como la noche del día. Ustedes leerán en ésta sección de opinión, y menos de éste columnista, muy pocas noticias del corazón, salvo para hacer cachondeo de nuestros queridos políticos. Pero el otro día el folletín de Antena 3 no fue telebasura. Fue un hálito de esperanza y una gran dosis de fe. Ojalá hubiese más padres como vosotros, Bertín.