Diario de León
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LA PATADA lanzada por un militante del PNV contra un responsable del Foro de Ermua ha sido explicada por la portavoz del Gobierno vasco como la consecuencia de una provocación; pero según ella, del pateado y no del pateador. José Luis Díaz Villarig, también recibió una patada en los mismísimos el día en que fue elegido alcalde de León. El agresor fue localizado por una fotografía publicada en este periódico y afirmó en el juzgado que aquella pierna no era suya aunque perteneciese a su esqueleto; al final, qué remedio, admitió que lo era, que pasaba causalmente por allí y al ver gente enfurecida y arremolinada la lanzó a ver qué pasaba, con la mala fortuna -para el agredido- de que tuvo puntería y le dio justo ahí. También a Jack el Destripador se le escapaba la zarpa por la noche, daba una vuelta ella solita y volvía para hacerse la manicura. En León, aquel día ha quedado en la memoria de nuestra vergüenza colectiva. En cambio, la portavoz del PNV cree que la víctima no debería haber provocado ni puesto allí sus testículos al alcance de una pierna solidaria con Ibarretxe. Divertido, si no fuera trágico. Patear no es deporte autóctono, sino odio desatado. Crispación, qué crispación, argumentan algunos, mientras se colocan el casco. ¿Ambiente prebélico? Pues, pese a todo: absolutamente, no. En los años treinta, a la patada se hubiera contestado con otras diez, y ellos luego con otras veinte, así hasta llegar al tiro final. Condenar al agresor y solidarizarse con el agredido no pertenece al ámbito de lo interpretable, sino de lo humano, salvo para los fanáticos. Tanta miopía ética denota una mirada perversa, la derrota de los valores mínimos. Cuando una bomba explota siempre hay quien responsabiliza a las víctimas por haber estado justo ahí.

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