LA ASPILLERA
Fascinante Zapatero
QUÉ EXTRAÑO vacío. Si ya todo estaba confuso, el examen televisivo de reválida del presidente del pasado martes, incrementó, si cabe, el hondo pozo de la perplejidad. Uno se rinde, ya n o sabe qué pensar después de comprobar que Zapatero ganó a la educada calle, no se descompuso ni cuando, en algún momento, tiraban con pólvora acratilla y para todos tuvo el mensaje justo y tranquilizador. Uno se imagina a Zapatero, sólo a Zapatero, anunciando que entramos en guerra con todo el norte de África sin perder la sonrisa. Si todo está bajo control, si nuestro timonel no conoce la preocupación, ¿por qué habrá de preocuparse la marinería? La personalidad de nuestro presidente es ciertamente fascinante. No es de extrañar que los filósofos se interesen por sus mensajes y pensamiento político. Gustavo Bueno, un espíritu rebelde y polémico, al que nadie podrá negar ni claridad de ideas ni tesón intelectual, le tiene frito últimamente al presidente y le acusa abiertamente de «simplismo» y de tener la «inteligencia del tahur, del trilero». Quizá sea una visión excesivamente ácida, y hasta un punto obsesiva la del filósofo asturiano pero este «curioso impertinente» tiene acreditada una notable solvencia como observador de lo humano y lo divino. En todo caso, no sería razonable, sin más, pasar por alto las anotaciones de Bueno; por la cuenta que nos trae. La sensación de calma y armonía universal que transmiten algunos mensajes de Zapatero choca con una realidad cotidiana terca y compleja. De ayer mismo, por ejemplo: CiU ofreció a Esquerra Republicana, en el Parlamento catalán, pactar una propuesta en la que plantea que si el Tribunal Constitucional recorta el Estatut pueda celebrarse un referéndum de autodeterminación para decidir si Cataluña constituye un Estado propio en el seno de la UE. Al final todo quedó en un penoso cruce de acusaciones entre las fuerzas nacionalistas, pero ahí sigue esa realidad perturbadora que desgasta y hastía a tirios y troyanos y abona el territorio de la abstención, auténtica arena movediza de la política. Uno preferiría que el jefe de nuestro gobierno hiciera menos filosofía con cuestiones -tan llamativas como etéreas- como la Alianza de Civilizaciones y trasladara a la fiel ciudadanía mensajes más claros e inequívocos en cuestiones como la citada. O en la de la vivienda, donde sobran las medias tintas y las medias decisiones si se quiere acabar con una situación de flagrante sinvergüenzonería. O en la lacerante precariedad laboral. O en la inmigración, donde los sutiles encajes sociales de un fenómeno tan decisivo siguen en manos de la providencia... Uno también quisiera que, además de reconocer que una de las preguntantes del pasado martes (muy crítica con la actitud del Gobierno en política antiterrorista) fue «muy sincera y con un grado de discrepancia profundo», el presidente hubiera dado pautas más claras sobre cómo se va a acabar de una vez con esa lacra. Porque se da el caso de que hoy mismo se nos advierte, otra vez, que la policía está en «alerta máxima» ante el riesgo de un atentado etarra. Francamente, entre los políticos y los filósofos y los poetas me quedo con estos últimos; siempre que no gobiernen.