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HISTORIAS DEL REINO

Discapacitados de corazón

Publicado por
MARGARITA TORRES
León

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¿EVOLUCIONAMOS hacia el Homo Sapiens Desalmatus ? Diría que sí, después de lo ocurrido hace unos días entre la conductora de un autobús y una pasajera discapacitada a la que negó el acceso al vehículo, so pretexto de que no era la hora oportuna. Diversas culturas sostienen que un hombre puede perder su alma por un puñado de variopintos motivos. Entre los celtas, cuando un enemigo se apropiaba de ella en batalla. Por venganza en el vudú, que, a través de rituales que utilizan el polvo del pez erizo cornudo, crea zombis. En nuestra órbita mediterránea mediante sortilegios, encantamientos y palabras de poder del estilo de avrah kahdabra , cuya traducción puede concretarse en la sentencia: yo creo como hablo. Y no falta el ejemplo del esclavo sin espíritu al que la cultura hebrea llama Golem . Para bien o para mal, hace siglos que dejamos diluir la sangre celta en nuestras venas, no habitamos en Haití y la mayoría no reza a Yahve. Dicho de otra manera: no existe justificación antropológica ni rabínica para un episodio como el referido ut supra , que más bien se ajusta a ciertos modelos de comportamiento impresos a fuego en el ADN humano de la estupidez. De esa estupidez muy nuestra que aparta sin piedad al diferente: al moro en tierra cristiana, al cristiano en tierra mora, al judío en todas; a los que piensan distinto, al limbo de la injusticia; al que destaca, martillazo; al que tiene cualquier problema físico o psíquico, al rango de discapacitado. Hace unas semanas escuchaba en una tertulia de radio a ciertas personas, así calificadas, que exponían las dificultades reales de su vida cotidiana en unas ciudades que les rechazan. Para ellos, algo tan sencillo como recorrer el trazado urbano suponía abandonar las aceras para adentrarse en el asfalto, salvar pendientes de altura, o no poder acceder a un bar para tomar un café. Después de aquel debate, una de sus participantes sufrió en sus carnes un nuevo golpe: la negativa de una discapacitada moral que le prohibió subir a un bus urbano, como es su derecho, por la comodidad de no descender una rampa. Querida amiga conductora, deberías saber que discapacitados somos todos: los que conducen un cochecito de niño por calles estrechas que obligan a exponer a riesgos innecesarios a sus hijos; los que, a la hora de hacer la compra, empujan sus carritos por similares vericuetos; también los ancianos que caminan con torpeza y te hacen perder la paciencia que con otros probablemente malgastas. Discapacitados quienes sufren un accidente y portan muletas, o curan sus fracturas en sillas de ruedas. Pero lo nuestro, hija mía, en unos casos se cura, en otros es un problema sólo físico o se debe a la edad. En el tuyo y sobre todo en el de quienes diseñan nuestras inhumanas ciudades pletóricas de obstáculos ad maiorem gloriam, la discapacidad la tenéis en el corazón. Preguntaos si en algún viaje os soplaron polvo de pez erizo cornudo, porque, si no es así, entonces vosotros mismos madurasteis en la noble condición del gilipuertas y lo vuestro sólo se cura con un trasplante de alma.

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