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Publicado por
ELOY ALGORRI GARCÍA
León

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CON MOTIVO de unas pequeñas obras de restauración en la torre de la iglesia del monasterio de San Pedro, a finales del otoño pasado hube de pasar bastantes días en Montes de Valdueza, coincidiendo con una intensa agitación informativa y social sobre la conservación del patrimonio monumental de la provincia de León. En un brevísimo lapso habían caído al suelo dos gárgolas de la Catedral, se hundió una parte del piso de San Miguel de Escalada y reventó el fuste de una columna de Santiago de Peñalba. Tal sucesión de calamidades desencadenó una oleada de noticias en las portadas de los medios de comunicación, distintas personas con protagonismo social en el tema alzaron su voz contra la incuria de las Administraciones públicas y un nutrido grupo de ciudadanos se manifestó por las calles de León. Debo reconocer que observé los hechos acaecidos y las reacciones subsiguientes con cierta perplejidad y una absoluta incomprensión sobre lo que estaba pasando. Todo lo que había ocurrido me pareció natural o irrelevante. Sólo así puede calificarse la caída de dos gárgolas después de un intenso período de lluvias en un edificio que tiene miles de elementos decorativos realizados con un material frágil, expuestos sin ningún cobijo a la acción de los agentes atmosféricos que en León son particularmente inclementes. Más aún si consideramos que los propietarios de la Catedral nunca han programado obras de mantenimiento. No niego el riesgo para la seguridad de los viandantes pero vista globalmente la caída de una gárgola en una mole gótica es equiparable a un leve arañazo en la piel de un elefante. El hundimiento del suelo en San Miguel de Escalada ocasionó el desplome de una valiosa pieza que sirve de ara pero no tiene ninguna trascendencia para la estabilidad de los muros de la iglesia. Lo que ocurrió fue un socavamiento de una débil solera de hormigón realizada provisionalmente hace veinte años para tapar unas excavaciones arqueológicas. Tuve la ocasión de examinar de primera mano el fuste fracturado de la iglesia de Santiago de Peñalba y puedo garantizar que la causa de la rotura no es estructural pues como consecuencia del trazado del arco de herradura la columna no soportaba ningún peso salvo el propio. ¿Cuál fue entonces la causa de tanta conmoción? Me disculpo por la descortesía, pero creo con sinceridad que se trató de una campaña artificial, amplificada en buena medida por los medios de comunicación que trasladaron al público la sensación de que la Catedral de León o la iglesia de San Miguel de Escalada estaban a punto de venirse abajo. Hay varias razones que explican este desenfoque y entre ellas no es de las menos importantes la inadecuada selección de los protagonistas de la noticia. Por ejemplo, uno de los dos diarios locales publicó una encuesta sobre la caída de las gárgolas con opiniones de numerosos intelectuales, artistas... y un solitario arquitecto, que fue el más cauto. No niego que el patrimonio histórico es un activo social en el que se reconoce la colectividad y por lo tanto abierto a la opinión general. Pero media una gran distancia entre esta obviedad y el otorgamiento de la condición de protagonistas principales a meros aficionados. El patrimonio no debe ser el coto de los especialistas pero algo tendrán que decir en la conformación de lo que se ha dado en llamar opinión pública. Transcurridos varios meses la única consecuencia tangible ha sido el compromiso por parte de distintas entidades públicas y privadas de una fuerte inversión en la Catedral de León. O dicho de modo más coloquial, sin ninguna justificación cundió el grito ¡que viene el lobo! y al toque de rebato se alborotó el patio, los medios de comunicación rellenaron espacio, unos se hicieron la fotografía y los mejor colocados se llevaron el gato al agua. Resumiendo, lo de siempre. Como la realidad siempre acaba pareciéndose a la ficción, y para no desmentir a la fábula, el lobo hizo acto de presencia sin que nadie lo advirtiera y además donde yo estaba, en Montes de Valdueza. Porque, para el que quiera enterarse, la desaparición de una lápida fechada a principios del siglo X e inserta en el tímpano de la pequeña ermita de la Santa Cruz de Montes de Valdueza es un expolio de un objeto que en su propia materia atesora un valor documental e histórico irremplazable mucho mayor que las gárgolas de la Catedral, la solera de San Miguel de Escalada o el fuste de Santiago de Peñalba. Lo peor de todo es que se veía venir. Encaramado en el andamio tuve el privilegio o la desdicha de contemplar la panorámica completa de las venerables ruinas del monasterio. Pensé en alzar la voz pero en el marasmo de noticias y alegatos desmedidos opté por el silencio. Ahora reconozco que no debí callar porque desde allí arriba la visión era esclarecedora. Las partes intervenidas en la restauración preliminar ejecutada entre 2002 y 2003 transmitían una cierta sensación de tranquilidad pero a la vez denunciaban la falta de continuidad en las inversiones. Comprobé también la imposibilidad de acceder al recinto porq ue el cierre colocado para filtrar la entrada se ha convertido en una barrera infranqueable como consecuencia de la incapacidad de los propietarios -el obispado de Astorga- para contratar con las debidas condiciones laborales a un guarda. Y desde Montes se adivina el emplazamiento de Peñalba y su espléndida iglesia de Santiago donde la Fundación del Patrimonio de Castilla y León programó una importantísima inversión para acometer una restauración global con motivo de la edición ponferradina de las Edades del Hombre. El proyecto no ha llegado a ejecutarse porque, con buen criterio, la Comisión Territorial de Patrimonio Cultural lo consideró innecesario. Aunque Santiago de Peñalba es una joya irrepetible, no precisaba ninguna remodelación global sino reparaciones parciales, pero la iglesia mozárabe había entrado a formar parte de la nómina de monumentos amparados por el generoso manto de la Fundación del Patrimonio mientras que San Pedro de Montes en su modestia de ruina emblemática pero menos valiosa en el aspecto artístico no mereció ese trato preferencial. En suma, se condensan en San Pedro de Montes los principales problemas que aquejan al patrimonio monumental de la comunidad autónoma y las deficiencias más llamativas de los encargados de gestionar su conservación: -La renuncia a establecer una relación equilibrada con la Iglesia Católica que es la propietaria de una parte muy sustancial de los bienes patrimoniales y beneficiaria de inversiones muy considerables pero que no dispone de recursos materiales y humanos para atenderlos. -La carencia de una estrategia global y ordenada que si bien está formulada por escrito no se materializa en la práctica mediante el establecimiento de un orden de prioridades que distinga entre lo importante y lo urgente. -Y sobre todo, la desafortunada decisión de traspasar una parte muy sustancial de la actividad restauradora al ámbito de la iniciativa privada descargando a los órganos de la Administración pública de las responsabilidades que debieran ser irrenunciables e intransferibles. El monasterio de San Pedro de Montes se encuentra en un estado agónico. La institución que no exenta de altibajos representó durante 12 siglos una referencia religiosa y económica fundamental en el devenir del Bierzo corre el peligro de completar definitivamente su ciclo. No aguanta más, tras siglo y medio de abandono y a punto de despoblarse por completo Montes de Valdueza, la localidad circundante con la que convivió en una compleja relación, entre el conflicto y la simbiosis. El que suscribe, que desde 1999 le ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo, avisa que San Pedro de Montes se muere. Ahora les toca a otros hablar o preferiblemente hacer.