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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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FELIPE GONZÁLEZ acabó en no enterarse por la prensa de las cosas que pasaban a su alrededor y los comisionistas aprovecharon el descuido presidencial para seguir facturando. José María Aznar llegó tan alto en la cumbre de las Azores que fue incapaz de escuchar a un país que gritaba contra una guerra absurda y por ahí sigue, mirando desde la altura sin entender porqué perdió las elecciones. Ahora un optimista José Luis Rodríguez Zapatero ha puesto al café el precio «de tiempos del abuelo Pachi» y en la calle no se habla de otra cosa. El asunto no deja de ser un anécdota pero al fin y al cabo la historia a veces no es más que una sucesión dialécticamente ordenada de sucedidos. No tiene porqué conocer un presidente de gobierno el precio de un café, aunque sus asesores debieron andar un poco más listos en esa materia cuando Zapatero se enfrentaba a las preguntas de ciudadanos de a pie, que pagan religiosamente café, bus e hipoteca. Y aún los más bien escasos 80 céntimos del café presidencial son más de 130 pesetas, que es bastante más de los veinte duros que costaba el preciado brebaje en las cafeterías más caras antes de la llegada del euro, hace apenas cinco años. Esos ciudadanos que buscan el bar donde el café cuesta ochenta céntimos, el súper donde la barra de pan está más barata y han acabado por hacer un master acelerado en macroeconomía para entender el euribor que amenaza su hipoteca, son el país real que parece condenado a acabar siendo invisible para los inquilinos de Moncloa. «Todo trono -sostenía todo un especialista en poder como William Shakespeare- es, a su modo, una letrina». Una solitaria letrina donde no se sabe cuanto cuesta un café.