CUARTO CRECIENTE
Liberados
TRAS LA última aparición teatral del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad en la que compartió protagonismo con los quince marines británicos capturados en el Shatt al Arab y ante suliberación, se imponen unas reflexiones sobre el trasfondo de esta pantomima que pudo haber desembocado en un gravísimo conflicto. El apresamiento, en las nunca bien definidas aguas del delta del Rafidain, en árabe, «los dos ríos» fue llevado a cabo para servir de cortina de humo a la presión internacional contra el desarrollo nuclear iraní y demostrar que, en la actual situación de caos en Oriente Medio, Irán se erige como la única nación con fuerza para hacer frente al «Satán» occidental. La proyección de imágenes en las que los militares aparentemente tratados con la mejor hospitalidad oriental afirmaban haber entrado en aguas territoriales iraníes cumplieron su función de humillar y «encarrilar» al gobierno británico. Los dramáticos antecedentes del asalto a la embajada norteamericana en época de Jomeini y otros desencuentros aconsejaron que prevaleciese la diplomacia. La mesura con la que se manifestó Bush apoyando a un firme e indignado Tony Blair sólo evidencia que, a pesar de que le gustaría, no está preparado para embarcarse en otro conflicto bélico cuando tiene al Congreso y al Senado norteamericanos en su contra. Por su parte, Israel no pudo resistirse a orquestar un aparatoso simulacro de emergencia ante un posible ataque con armas de destrucción masiva a modo de advertencia mientras Europa condenaba el hecho observando como la OTAN posicionaba sus barcos frente a la costa iraní. Toda una escenografía que en futuras ocasiones puede que no desaparezca tan fácilmente como ahora con una simple bajada de telón.