TRIBUNA
La Semana Santa del pueblo
Dentro del catolicismo popular en genera y del leonés en particular se dan unas realidades y unos valores específicos, que a través de los tiempos han intentado integrar simultánea o sucesivamente lo humano y lo divino así como lo antropológico y lo teológico con mayor o menor fortuna. El Reino de León, como sabemos, aparece primeramente como continuación del de Asturias para continuar fusionándose con lo que fue Condado y luego Reino de Castilla y terminar siendo copartícipe con los restantes pueblos de España hasta conseguir y reafirmar la unidad nacional, animados todos ellos innegablemente por un noble sentido patrio y cristiano. La religión cristiana siempre ha estado presente en nuestra tierra lo mismo que en los restantes pueblos de Europa como lo reconocen los sociólogos de la categoría de Durkheim al constatar que «no es posible vivir en una sociedad sin religión; puesto que la religión está más bien llamada a transformarse que a desaparecer»; por lo que a mediados del siglo XIX, después de los muchos vaivenes revolucionarios en su patria los dos hermanos escritores franceses Goncourt se permitieron escribir en su obra «Ideas y sensaciones» algo como esto: «Una religión sin misterios sobrenaturales nos hace pensar en un anuncio en un gran periódico de este estilo: «vino sin uvas». A esto podemos añadir la conducta de muchos que en los tiempos pasados se autodefinían como ateos más tarde suavizaban su lenguaje considerándose tan sólo como agnósticos, por cierto muchos de ellos respetuosos con el hecho religioso. Ahora algunos rompen a mostrarse no rabiosamente no laicos sino en realidad laicistas arremetiendo rabiosamente contra determinadas religiones multiseculares y convirtiendo inconsciente o conscientemente su intransigencia o agresividad religiosa en una especie de pseudoreligión, que tratan de imponer a los demás, sobre todo cuando se trata de súbditos o subalternos, invadiendo los mismos derechos innatos de la persona o de la familia. La realidad sociológica de nuestro pueblo contemplada por la última Constitución Española, aunque esto no implica confesionalidad del Estado, reconoce que una mayoría muy considerable de españoles profesa la religión católica, aunque en muchos casos bajo mínimos, ya que no se ruborizan en declarar: «soy católico, aunque no practicante», lo que palmariamente se pone de manifiesto en estos días de Semana Santa, en que la gente en masa se hace solidaria con las manifestaciones públicas de la religión católica; por lo que se nos hace necesario retroceder hasta los primeros siglos del cristianismo para encontrarnos con la razón de todo esto, que es ya el llamado Triduo Pascual, que lo integran los principales días, que ahora engrosan la Semana Santa a partir del Domingo de Ramos, como anticipo del Jueves Santo, día de la Institución de la Eucaristía y del Amor Fraterno, que es el distintivo del cristianismo, el Viernes Santo, jornada de la Pasión, Muerte y Sepultura del Señor, ampliamente escenificadas en nuestros ancestrales desfiles procesionales, según las posibilidades de la ciudad o del pueblo más insignificante, que también se echaba a la calle aunque no fuera más que para cantar el Calvario o el Rosario de la Buena Muerte y finalmente la Vigilia Pascual como preludio del gran día de la Pascua de la Resurrección, el gran misterio cristiano. En consecuencia, según nos lo advierte el teólogo italiano Bergamini, el Año Litúrgico Cristiano no es simplemente una idea o memoria histórica. Es más bien una persona, Jesucristo, que sigue actuando en el tiempo. De aquí que la Pascua siempre haya sido el centro vital del culto de la Liturgia, prolongándose en cada domingo o Día del Señor. La Semana Santa, por consiguiente, ha nacido y tiene su razón de ser como tiempo de preparación para la Pascua. Una Semana Santa, que se diese por terminada el día de Viernes Santo no tendría sentido; puesto que ni Cristo ni su tarea tampoco termina en muerte sino que se prolonga a través de la Resurrección hasta una Glorificación plena y sin fin, como muy bien lo insinúa V. Hugo en su obra «La Pensée». «Esa mañana de cielo azul que otros llaman muerte y yo llamo Dios»¿ La celebración de la Liturgia, por otra parte, como reactualización del Misterio de la Salvación, siempre ha sido considerada como una fiesta; pero fiesta no debe confundirse con diversión, y puesto que la Liturgia está llamada a inculturizarse en unos ambientes determinados y cambiantes de una y otra parte, es la religiosidad popular la que se encarga de ofrecer un ambiente, una ayuda y un soporte y para ello es precisamente para lo que nacieron concretamente las Procesiones de Semana Santa, pero nunca podrán suplantar a la Liturgia; por lo que Berger en su famosa obra Liturgia y Teatro nos advierte que la dramatización favorece convicciones y experiencias placenteras de las que no han estado ausentes ni siquiera la Liturgia en su forma occidental y oriental. Basta recordar la danza de los rituales festivos, los testimonios de Egeria, el testimonio de la dramatización medieval, el desarrollo rural del barroco, las misas pontificales y también las reformas del Concilio Vaticano II referidas al Triduo Pascual, que bien es sabido ha dado una mayor entrada a la dramatización, pero sin que esto signifique, como él mismo nos lo advierte caer en la «teatralidad» que es el peligro que corremos en estos tiempos de secularización y laicidad, en que muchas veces se da la sensación de que todo vale y por dar gusto a las masas, según Luckmann se imponen o toleran comportamientos subjetivos y actitudes privadas de espaldas a criterios auténticamente legítimos, objetivos y cristianos, de los que en muchas ocasiones, no se libran celebraciones religiosas o meramente culturales, por no decir que en otras ocasiones sólo se quedan en seudoculturales y nos están conduciendo hacia «una sustitución institucional de la religión por una nueva forma social de religión», ya que se dejan conducir en buena medida y con frecuencia a partes iguales de «arbitrio y placer», lo que muchas veces se desvía de las reglas de comportamiento, aisla del verdadero aspecto de fiesta religiosa y cristiana, de la que debe ser expresión viva cualquier celebración de la Semana Santa, que es por la que opta el pueblo cristiano en estos días, en que también otras formas de disfrutar de las vacaciones desde las playas de nuestros mares hasta los puertos más elevados y nevados de nuestras montañas, a los cristianos nos merecen todo respeto y también bien disfrutados pueden constituir una buena terapia para los espíritus a la hora de regresar del quehacer de cada día, en que ojalá todos pudiéramos volver alegres como unas pascuas.