Diario de León

TRIBUNA

Luz y escudo de la España entera

Publicado por
CARLOS ANTONIO BOUZA POL,
León

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DICEN las crónicas antiguas que nuestro esclarecido y grandioso rey Aldefonsus por fin se enlazó en santo matrimonio con la hermosa Zayda, hija del emir de Sevilla Ebn Abed el Motamed, después que la rica e inteligente joven mahometana tomase el bautismo cristiano con el nombre de María Isabel. Hay cierto revuelo de fechas en las que se enredan los historiadores de aquella temporada, pero bien pudiera haber acontecido tan deseado casorio en el año 1095. Este fue, al parecer, el quinto matrimonio, el penúltimo quizá, del gran monarca leonés Alfonso VI que «no acertaba a vivir sin esposa». En el año 1074 se casó con Inés, hija de Guido Guifredo Guillermo duque de Aquitania, conde de Poitú y señor de la vasconia francesa, pero esta primera reina consorte falleció en 1077. Luego, en 1078, por amor, se casó con su prima, la gentil beldad berciana Jimena Muñiz, con la que tuvo a sus hijas Elvira y Tarasia o Teresa, mas, por motivos de consaguinidad, tuvieron que separarse obligados por el papa Gregorio VII. Sin embargo, Alfonso y Jimena, Jimena y Alfonso siguieron amándose hasta el final de sus días. El destino les tenía reservado que los dos murieran con 69 años, él en el 1109, ella en 1128; con 19 años de diferencia al morir, y 19 años al nacer, pues Alfonso lo hizo en 1040 y Jimena en 1059. De este gran amor da fe la lápida que se conserva en San Andrés de Vega de Espinareda. Después, en 1080, tomó por esposa a Constanza de Borgoña, que falleció en 1093, dejándole una hermosa hija, Urraca, que pasado el tiempo se casaría con el conde Raymundo, tendría una hija, Sancha, y un hijo, Alfonso, nacido en Galicia, en Caldas, de Pontevedra (y desde entonces Caldas de Rey), en 1104, y sería rey de León y emperador de toda España como ya lo era su abuelo Alfonso VI el Bravo, el de las 39 batallas, el que no sabía vivir sin Dios, ni mujer¿ Luego, Alfonso se casó con Berta, oriunda de Toscana, hija de Otón marqués de Italia. Este matrimonio duró desde el año 1093 hasta el 1096, y de Berta nada se volvió a saber. Después vino la ya mencionada Zayda-María Isabel que le dio a Alfonso un hijo, Sancho, muerto a los 11 años en la batalla de Uclés. Muerta Zayda en 1107, el rey tomó nueva esposa al año siguiente, Beatriz, venida de Galicia, y con la muerte de Alfonso en 1109 a Galicia regresó. Van ya en esta relación seis mujeres, pero todavía hay más. Escribe Lucas de Tuy, basándose en un epitafio recogido en León, por Sandoval, en el cual aparece el nombre de otra Isabel, Isabel hija de Luis rey de Francia, de la cual no dan señales de vida ni Pelayo de Oviedo, ni Rodrigo Jiménez de Rada que se ocuparon mucho de las mujeres de Alfonso, verdadero problema algo enrevesado, que ha venido dando mucho que hacer a los historiadores de todas las épocas. Tenía Alfonso 29 años cuando en 1069 se apalabró en matrimonio con Inés, su primera esposa, que subió al tálamo real después que regresara el leonés de su destierro en Toledo. A partir de entonces aparecen juntos firmando actas en los años 1074, 1076 y 1078, año este en que «fijaron la abolición de los oficios góticos en España y admitieron los romanos, después de «trabarse lid» en León el domingo de ramos del año 1077» ¿Cómo es posible que siendo ya muy mayorcito nuestro rey, con esos 29 años que, en circunstancias normales suponía haber quemado ya mucho más de los dos tercios de su vida, no se hubiera casado con anterioridad? ¿Qué pasó en esos 29 primeros años de nuestro rey? Sí coinciden los cronistas al calificar de «crudísimo» el invierno del año 1076 al 1077. Desde el tiempo de San Martín hasta el final de la Cuaresma hubo en León y en España, por cuatro meses, un frío terrible y muchas heladas, no faltando incluso un eclipse de sol el día 25 de febrero de 1077, a la una y media de la tarde, que fue visto en toda Europa, África y Asia. A tan duro invierno sucedió luego en desagravio un estío tan cálido que la vendimia de aquel año produjo un vino exquisito, como no se había saboreado jamás en León. Lejos de los campos de batalla no era tan fiero el león Alfonso como lo pintan algunos historiadores, ni tenía el corazón demasiado duro para aquellos tiempos que corrían. Cierto es que a su hermano don García lo tuvo por años «prisionero», pero era de todo punto inevitable y además siempre lo trató con mucho miramiento, cuidando su salud un tanto «desmentada». No tiene pues razón el jesuita Juan de Mariana (1536-1624) cuando escribe: «Se hizo desangrar rompidas las venas en la prisión que estaba», copió mal a Pelayo de Oviedo, cronista cercano a los hechos, que había puesto: «Se hizo sangrar, y la sangría le acarreó la muerte». Hay mucha diferencia, ¿verdad? Lo cierto es que Alfonso le dio a su querido hermano exequias pomposísimas, enterrándolo con todo boato regio y concurriendo crecido número de prelados, y Reneiro, legado papal en España que luego ocupó la silla de Roma con el nombre de Pascual II (1099-1118). En 1108, en la batalla de Uclés, murió el niño Sancho, de 11 años, hijo de Alfonso y María Isabel. Recibió el rey la noticia en Toledo, y lleno de quebranto y de amargura dijo: «¡Ay meu fillo, ay meu fillo, alegría do meu corazón e lume dos meus ollos, solaz de miña vellez¿! ¡Ay meu heredero mayor! ¡Cavalleros, ¿hume le dejaste?! ¡Dadme meu fillo, condes! «. Nada consolaba al dolorido rey leonés en Toledo, que enfermó de saña y falleció al poco tiempo. Únicamente su nieto «el galleguiño», recibía el enardecido cariño de su abuelo, que no encontraba más consuelo que en su tierno infante, y en su hija Urraca que siempre le había sido fiel. Murió Alfonso VI el Bravo en la noche del miércoles 30 de junio al jueves primero de julio de 1109. Había manifestado, 30 años atrás, su voluntad de ser enterrado en Sahagún, territorio del Cea: «Yo, Alfonso, por la gracia de Dios, Emperador de las Españas, a todos los condes, duques y ricos-homes, mis súbditos, sabed: Enterados estáis de mi afán incesante, echando el resto de mi poderío en realzar el sitio venerable dedicado a los santos Facundo y Primitivo¿, he venido a escoger aquel lugar para mi descanso en muerte, para acreditarle aun entonces ya difunto el sumo afecto que le estoy profesando en vida, otorgo el testamento presente en sábado a dos de los idus de diciembre, en la era MCXVIII. Yo Alfonso, Emperador de la ciudad de León y de todas las Españas». Sólo es este un brevísimo apunte de la vida y muerte de nuestro amado rey Alfonso VI el Bravo, que fue «luz y escudo de la España entera». Que no se nos olvide.

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