Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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ES VERDAD universalmente aceptada que la familia resulta el más despiadado campo de concentración que el Señor puso en este valle de lágrimas. Por desgracia, el muermo familiar no depende de uno, lo que llevaría a Jacinto Benavente a escribir, en alguna de sus obras, que todos los hijos ganarían con cambiar de padres. Todos, menos uno: el gran Keith Richards, ese alborotador de conciencias que ha solucionado de un estornudo, o algo así, el problema de las relaciones entre padres e hijos. Es lo que tienen los genios; van siempre varias generaciones por delante de los demás. La historia de Richards, el cuchillo más afilado de los Rolling Stones, es toda una epopeya de clase baja relacionada con el seísmo del rock and roll. Bien afianzado en la cúspide del circo pop se encuentra este guitarrista fascinado por el abismo y que suele pincharse en vena de desmesura. Forman parte de su leyenda personal episodios como la reciente caída desde un cocotero debido a su grave estado de cocción, alteración más o menos habitual en un hombre que lleva encima varias bodegas y otros tantos botiquines, aparte de haberse fumado hasta las palmeras de adorno. Siempre a la altura de su terrible reputación, Keith Richards ha declarado a una revista británica que entre las cosas más terribles que ha hecho en su vida, se cuenta el haberse esnifado las cenizas de su padre, debidamente aliñadas con una dosis de cocaína. Añadiendo a continuación: «seguro a que a papi no le hubiera importado». Luego se ha negado tan demoníaca información, aunque la iniciativa ha quedado flotando en el ambiente como un mecanismo idóneo para engrasar la ruleta familiar. Ya asegura el refranero que «el que después de un entierro no bebe vino, el suyo está en camino». Pues eso.

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