Diario de León
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La mirada humana de la Sanidad: San Juan... La fatal sospecha se cumple cuando en urgencias hospitalarias de León, los familiares del enfermo, tienen que escuchar la sentencia: «¿Aquí no hay camas¿». El problema no está en el contenido de la frase, sino en su condición de mensaje incompleto. En realidad, lo que falta por decir a quienes escuchan angustiados es que «¿no hay lugar para los enfermos terminales». Ser mayor y tener como consecuencia, muchos y variados síntomas derivados de dolencias tan persistentes como los años, solamente es rentable para mantener un sistema sanitario sostenido gracias a la avanzada edad de quienes son desplazados a hospitales de segunda. Sin embargo, es curioso como la categoría humana nada tiene que ver con la supuesta calidad del sistema. Los médicos de funcionarial rango, que nos atienden esos diez minutos cada período de tiempo concertado, quieren saber cada vez menos de aquellos pacientes a los que cansados de ver en la consulta deciden situar en un hospital de término. Hablar en plural, en este caso, es obligado. Cuando un enfermo mayor con padecimientos que se alargan en el tiempo, acude esperanzado a consumir su tiempo de «cortesía sanitaria», nunca va solo. Y somos nosotros, los hijos, esposos, hermanos o padres los que sufrimos doblemente la impotencia de comprobar que solamente importan aquellos pacientes con posibilidades de vida. La cercanía de la muerte no interesa a un sistema sanitario ordinario que no quiere fallos. Y el enfermo, para quien la expectativa de vida real o imaginaria, está depositada en su médico de «confianza» tiene, de golpe, que sentir la crueldad de comenzar a decir «adiós» en una habitación por la que nunca pasará esa bata blanca que tanto conoce y a la que se le ha borrado la sonrisa y enmudecido el rutinario «¿Hola fulanito, qué tal te encuentras, siéntate¿» en el que más que soluciones, todos buscamos afecto. Nadie queremos ir, en principio a San Juan de Dios porque presuponemos acertadamente que nuestro enfermo (que ya no del sistema ordinario) ha sido desplazado para no ocupar una cama, que le está por derecho legal y moralmente obligada, por estar destinada a la vida y no a una expectativa de muerte. Pero lo que sin duda, no consigue el ejercicio de la sanidad de la Residencia y el Hospital de León, es decir, seguir alentando al enfermo y a sus familiares que tanto tiempo han confiado en ella, en los peores y más serios momentos de la enfermedad, lo logra un hospital que al menos, entiende la desesperación de quienes llegan a él indignados por el trato de los médicos especialistas que al comprobar la cercanía del final comienzan a atendernos en «consultas de pasillo» de medio minuto con palabras evasivas. En vez de encontrar una mirada humana ante la falta de esperanza nos encontramos con la reubicación de lo que más queremos en un lugar cuya única expectativa está en su nombre: San Juan de Dios. Sin embargo, la cercanía afectuosa de quienes allí atienden a cada desplazado, no tiene precio. Pronto consiguen que uno se olvide del acumulado rencor hacia quienes se han desentendido de un enfermo, sólo nuestro, ya. Porque desde el personal de limpieza hasta la doctora geriatra de la tercera planta, siempre atienden con agrado y disponibilidad. Es muy poco lo que pedimos a los especialistas que nos han atendido hasta el momento. Lo que tiene valor, nunca tendrá precio, sin duda. Es un mensaje que deberían aprender desde los dirigentes gestores de la Residencia y el Hospital de León, hasta sus enaltecidos médicos, ajenos siempre a los últimos padecimientos, cuando ponen precio, en tiempo y ocupación, a sus instalaciones, privando de ellas a sus más antiguos pacientes. El valor de la verdadera atención al dolor y la desesperación no es conocido por quienes dan la orden al inexperto y temeroso personal de urgencias, de evitar a quienes llevan la muerte en sus talones. Que nadie se nos vaya sin sentir el afecto y el calor de quienes ha significado tanto para ellos en sus últimos años: su conocido médico. Nada más alejado de una sanidad que aspira a la calidad y la excelencia, que quitarse de encima, en última instancia, a sus «propios muertos». Una hija anónima con un extraño apellido: Chiloeches ( León). C arlos (En la edición digital diariodeleon.es).

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