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Publicado por
MANUEL-LUIS CASALDERREY
León

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DIVORCIOS y separaciones son acciones frecuentes en la sociedad actual. La gente se casa y se descasa como la cosa más natural del mundo. Hay quien presenta a su primera mujer (a su primer marido), suponiendo que puede haber una segunda (un segundo) o incluso más, por eso conviene usar los ordinales desde el primer momento. La gente se separa por cosas serias (maltrato físico o psíquico, infidelidad, dilapidación de bienes, abandono familiar, incumplimiento de las normas básicas de convivencia) o por nimiedades (ventosidades espantosas que contribuyen al incremento de los gases de efecto invernadero, no poder bajarse por los dos lados de la cama como antes, tener que compartir cuarto de baño y otros espacios). Todo el mundo está de acuerdo: cuando no hay hijos, la separación tiene menos importancia que cuando los hay. Porque los niños no siempre entienden las razones de sus padres para separarse, se desestabilizan emocionalmente y, con demasiada frecuencia, son usados como arma arrojadiza para pinchar al contrario. Sin embargo, hay algo positivo para los niños que puede producirse a raíz de una separación. Antes, la mayoría de los niños tenían, como máximo, cuatro abuelos. Pues bien, en esta sociedad separatista (divorcista), si uno de los separados se vuelve a casar, se puede dar la feliz circunstancia de que los niños disfruten de seis abuelos (incluso de ocho abuelos, si los dos se casan), porque los abuelos no abdican de su condición, aunque los padres de sus nietos se separen. Imagínense que los niños puedan disponer de seis abuelos para llevarlos a la guardería o recogerlos a la salida del colegio, para quedarse con ellos las noches de los fines de semana, para asistirles en sus gripes y catarros, para contarles cuentos e historias de otros tiempos? ¡Qué inesperado beneficio se puede derivar de los divorcios!

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