La casa de nuestra casa

DESVELO el significado críptico del título. Trato de discurrir sobre las ciudades. Siento que mi ciudad es la casa de mi casa. Y si ésta hace mi vida más grata, mi cuidad contribuye también a mi bienestar. Mi vivienda es mi primer hábitat, mi ciudad el segundo. En esta progresión geográfica, entiendo que el tercer hábitat es, naturalmente, el planeta. Así, se comprende el sentido genuino de la voz ecología. Se trata de neologismo acuñado a mediados del XIX por un biólogo alemán que lo compuso con dos voces griegas: oikos (casa) y logos (estudio o ciencia). El hombre tiene tres casas naturales: la familiar en la que nace y crece, la población en la que se incardina y la tierra que nos hace solidarios con los demás hombres, pues, algo nos dice que nuestro destino, para bien o para mal, es común. Entiendo que otras realidades sociales, que pueden sentirse como muy propias, son más artificiales, así la región -comunidad autónoma- o el Estado. Considero que la ciudad es más cercana a la realidad vital de cada uno. Si el hombre es un ser social por naturaleza, su sociabilidad se manifiesta, básicamente, en su núcleo familiar y en su ámbito local. Todas estas consideraciones me surgen como consecuencia de la constante información que recibimos acerca de problemáticas cuestiones urbanas y, por ende, de escándalos urbanísticos. Amo las ciudades y todo el simbolismo que encierran. Me identifico con la Europa de las ciudades como forma de superación nacional y apertura cultural. Por ello considero grave no cuidar, con mimo, nuestras ciudades. Se hace necesario que políticos, instituciones y ciudadanos -¡que bella expresión!, romana, por supuesto- reivindiquemos la cultura ciudadana y convirtamos nuestras ciudades en la mejor «casa de nuestra casa». Si así lo hacemos, la vida será más confortable y la relación entre conciudadanos más amable.