Diario de León

TRIBUNA

La vida es móvil. Reflexión misantrópica

Publicado por
VENANCIO IGLESIAS MARTÍN
León

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MISANTROPÍA, no es ninguna miss de concurso, señora, sino un «cierto talante» de aborrecimiento y negativa a parlar con el hombre inmediatamente dado. Ese que está ahí y que pulula¿ con un móvil colgado de la oreja, la mayor parte del día. Ese que, como decía el anuncio, cree a pie juntillas que la vida es móvil, o mejor, un móvil. Hay tantos hechos pasmosos en la tecnología, que uno está tentado de creer que, los productos de la misma son el elemento clave de la educación. Me temo sin embargo, que internet y el móvil son artilugios a los que hay que acceder desde una sólida base educativa y no al revés, o en lugar de ser un útil se convertirán en mecanismos de una contagiosa estupidización globalizada, como no puede ser de otra manera, que dicen los políticos. Tanto el móvil como internet, -frecuentemente ya, dos en uno- han despertado un curioso fenómeno que podríamos denominar «la llamada de lo lejano». A primera vista diríamos que estamos ante un neorromanticismo, pues, en el Romanticismo lo lejano era el contenido de la nostalgia. La amada lejana, un mundo perdido, la flor azul, eran el objeto de la nostalgia y la nostalgia era la forma del amor, inalcanzable por definición, porque era ideal. Pero aquella tensión era una enorme fuente de riqueza desde cualquier punto de vista humano: artístico, psíquico, filosófico o científico. Pero el móvil¿ Dejando aparte la conversación de negocios, generalmente rápida, por eso, por negocio, el móvil se ha vuelto un mecanismo de nostalgia vana, idiota, sin contenido. Uno espera una llamada, un mensajito, un ruidito cualquiera del móvil e interrumpe lo que está haciendo para ver qué es. Lo coge, lo abre, lo manosea, mira si hay llamadas perdidas, lo deja sobre la mesa y¿ a esperar. Hace tiempo que no veía a un amigo y me lo encuentro en Ordoño II: muestras de alegría de todo tipo. De repente suena el móvil y -¡perdona un momento! ¡Ajá! ¡Sí, sí, sí! ¡No me digas! ¡Ajá! Bueno, bueno. Nos vemos. Recuerdos. Un abrazo. Reanudamos la conversación y suena el móvil: es un toque. ¡Perdona un momento! Etc¿ -Oye, que me alegro mucho de verte, pero ando con un poco de prisa. -Yo también; a ver si nos vemos y charlamos un rato¿ Y uno se va, moviendo la cabeza: este idiota pierde lo cercano por lo lejano. Que le den. Y eso que era un chico inteligente¿ Una chica sentada en la cafetería está inmersa en su móvil. ¿Juega? ¿Escribe mensajes llenos de faltas de ortografía? ¿Sigue una historia de telebasura? Un jovencito llama por su móvil: -Hola¿ ¡Aquí! ¡Estuve con Marga! ¡Ji, ji, ji! ¡Hostiaaaa! ¿Quedamos luego en el cíber y te lo cuento? Sí. Una pasada. La tía tiene una marcha¿ Joder tío.- No entendemos nada, pero la conversación discurre por el sendero de la tontería, el latiguillo, la palabrota, hacia el camino real de la idiotez. Un niño graba imágenes de una pelea y ríe divertido repasando el vídeo. Una adolescente, a quien un chico lleva abrazada con la mano entre el pantalón y la nalga: -Hola, mami. Aquí, con Silvia. Vamos a estudiar a casa de una amiga. Sí, no me esperes. Nos vemos mañana. Chao, mami. Un besito. Y la madre llena de felicidad: ¿Ves, Antonio? Con el móvil, la niña siempre está controlada. ¡Toma del frasco! ¿Se lo habían olvidado en la chaqueta del difunto? Un móvil sonó en la caja de un muerto y seguramente dejaron un mensaje en el buzón: Manolo, cuanto tengas un rato, llámame. Un rato¿ Manolo tenía delante una eternidad. ¡Esperemos que no contestara! Hay casos llamativos en que los interlocutores ha blan casi con monosílabos. Hay casos en que la gente gesticula en plena calle, sin la discreción que requiere la conversación. Hay casos en que la misma naturaleza del móvil es el sentido mismo de la vida¿ oh, se trata de un móvil de la última generación con unas prestaciones que te cagas¿ Y, el colmo: se presume de móvil. ¡Santo cielo! El neorromanticismo no era tal sino una neo-gilipollez. Y no faltará sicólogo que a esta gilipollez le dé el nombre de adicción. Y he aquí, cómo un instrumento que reúne una cantidad enorme de posibilidades se convierte en un juguete que nos absorbe y terminamos dándonos de morros con la realidad inmediata, que con frecuencia es una farola o una señal de tráfico, y que nos hace olvidar ese otro mundo inmediato de alegría, placer, primavera, tristeza, pasión, belleza, muerte, dolor y amor a lo más lejano: esa imagen de nosotros mismos que va delante de nosotros y debería ser el ideal seductor de nuestro mejor yo. La verdad es que soy un jodido misántropo, como diría una peli de americanos. Si Descartes decía que el sentido común es lo mejor repartido en el mundo, porque cada cual está contento con la dosis que le dio la madre naturaleza, yo contradiría al filósofo diciendo que lo mejor y más abundantemente repartido es la estupidez que, además, lleva el contento natural del que disfruta todo débil mental, tanto más feliz cuanto más tonto. El hombre occidental es un ser mimado. La ciencia en todos los terrenos ha avanzado de forma deslumbrante, para proporcionarle una vida más cómoda, con gran parte de sus necesidades satisfechas; pero el hombre actual, no ha reflexionado nunca en los bienes que se le dan gratuitamente, ni en el esfuerzo de creación tecnológica que lleva ese instrumento tan familiar que es el móvil. Cree que tiene derecho a todo, que todo se lo merece, porque él lo vale o lo puede pagar. Tiene en sus manos un prodigio tecnológico pero todo lo que ha aprendido es a apretar los botones que le alejan de la realidad más bella, la que le está rodeando, reclamando, mirando con ojos atónitos. En fin. No es cuestión de seguir porque la cólera es el resultado de esta reflexión si no se detiene uno a tiempo. Quede la alegría cínica del espectáculo y, en el aire, la repetida y nauseabunda frase de incitación a la imbecilidad: no se pierda esta oferta; llame ahora mismo y reserve¿ o bien ponga un sms a este número y recibirá¿ ¿Qué recibirá? Como respuesta a su estupidez, recibirá más estupidez hasta convertirlo en un cretino total, con un aviso, tristemente célebre: -Pásalo. ¡Y¿ Dios le ampare, imbécil, porque la imbecilidad es como la gripe: se contagia!

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