DESDE LA CORTE
Una cierta envidia de Francia
LO LAMENTO, lo lamento mucho, pero siento una cierta envidia de Francia. Me diréis que no es para tanto, que España se ha desarrollado mejor en los últimos diez años, o que somos una sociedad más dinámica que la francesa, y tenéis razón. Me diréis también que Francia está en crisis, y es la crisis de la tristeza que produce la decadencia. Pero me ha gustado mucho lo visto este domingo. Ya digo: hasta el punto de sentir envidia de Francia y los franceses. Ellos también tienen problemas separatistas, pero no sufren el dramatismo de blandir la ruptura de la nación. De esa forma, la elección de jefe del estado es un proceso normal, donde se tratan los problemas de la gente y los candidatos hablan de felicidad y de una república dedicada a resolver las condiciones de vida o las necesidades de los jóvenes. Y el pueblo responde con una votación masiva, como empujando con su aliento a quien salga elegido, para darle toda su autoridad. Ellos también tienen disputas ideológicas y modelos de sociedad enfrentados y «talantes» distintos, con seguidores apasionados, y algunos intransigentes. Pero a la hora de cerrar una jornada que da paso a una batalla encarnizada de quince días, el ganador de la primera vuelta expresa su respeto a la aspirante adversaria y transmite la imagen de país civilizado, y no de cruel batalla de poder. Ellos también tienen políticos bisoños y con poca experiencia. Y sufren luchas intestinas de partido. Pero fueron capaces de construir a sus dos líderes triunfadores del domingo en unos meses, sin poner como condición una larga ejecutoria, sino buscando y consagrando a las personas más idóneas para el momento más necesario. Ellos también necesitan un centro político que atenúe los radicalismos. Y los puñeteros tienen la inmensa fortuna de que la fuerza centrista del señor Bayrou va a actuar de condicionante de los discursos de final de campaña. Los dos finalistas tienen que ganar ese espacio y a sus votantes, cualquiera que sea la posición de Bayrou. Ellos tienen extrema derecha, como toda Europa. Pero la tienen definida y localizada en torno a un líder, que es el humillado Le Pen. Y, al votar masivamente en las urnas, la han dejado reducida a su dimensión real del 10 por ciento y le han devuelto al viejo continente la seguridad de que, por ahora, no existe su amenaza. Y ellos tienen, como todos, un sistema electoral imperfecto. Pero ofrece una maravillosa ventaja: permite elegir mejor, corregir los impulsos, volver a examinar a los candidatos. Por todo eso, Francia no se juega su ser nacional cuando llegan las elecciones. Sólo se juega cómo mejorarlo. ¿Que, pese a todo, pueden fracasar? Por supuesto. Pero es muy sugestivo. Digno de ver.