Diario de León
León

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QUIENES no están al tanto de la enconada rivalidad entre la dos escuelas más influyentes de la poesía española contemporánea, la conceptual, representada por Gamoneda, y la de la experiencia, liderada por García Montero, quizá no comprendieron sus alusiones críticas hacia ciertas formas de realismo o de poesía clara. Fue un discurso escrito como una sincera declaración de convicciones, impregnado de hondura y verdad, independientemente de que algunas de sus afirmaciones sean rebatibles. Sus palabras estuvieron a la altura de su gran valía y de la importancia del premio recibido, y quizá perdieron proporción cuando cuestionó concepciones de lo poético diferentes a la suya. Su discurso retumbó en el auditorio, y en todos quienes las seguimos desde nuestra casa, como certeros golpes de un herrero sobre el yunque. Maravillosa su diferencia entre la cultura de la pobreza, de la que se siente parte, y los mensajes sociales o humanitarios, por bienintencionados que sean. Certera su advertencia de que la auténtica tradición es «progresiva y progresista»; ya Evola advirtió en las primeras décadas del siglo pasado que no debe ser confundida con los valores burgueses. Personalmente, del mismo modo que tengo a Gamoneda por uno de los grandes poetas de nuestra literatura, no me estorban otros caminos antagónicos al suyo. No estoy negando la existencia de una jerarquía de calidades, sino mostrando mi reticencia hacia todo prejuicio que me impida acercarme a todo aquello que me pueda enriquecer como lector. Ayer fue un día grande para la cultura española, para la poesía universal, para León. No pronunció el discurso de un triunfador, pues un verdadero poeta no puede serlo, sino el de quien aún es habitado por un niño herido, salvado del frío depredador por la palabra.

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