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Publicado por
BERNARDINO C. GONZÁLEZ-HALLER
León

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CUANDO el lenguaje se definía como lugar de verdad, Epiménedis, siglo VI antes de que Jesús se presentara como salvador del alma, se atrevió a decir: «Todos los cretenses son unos mentirosos». En ese momento la verdad griega se estremeció. Sin embargo, nosotros convivimos con las mentiras como cosa natural; además algunos cuando las mentiras salen de la boca del líder que adoran las celebran. Por ejemplo, a los que Rajoy considera normales, les pareció bien que en el programa de televisión, «tenemos una pregunta para usted», dijera, sabiendo que no es verdad, que él no puede permitir que «De Juana Chaos ande paseándose por las calles de San Sebastián». Mentir, según la Real Academia de la Lengua, es «manifestar lo contrario a lo que se sabe, se cree o se piensa». El mentiroso es un estratega que sabe jugar con la mentira para sacar provecho. ¿Cuándo hay mentira? Cuando las palabras no representan la realidad de la que hablan. O sea, cuando las palabras no indican ni describen con rigor aquello de lo que hablan. Las palabras representan a las cosas, pero no son las cosas. Por eso la mentira es posible. Por tanto, la verdad no hay que buscarla en la palabra, sino en la cosa que representan. La cuestión: ¿por qué aceptamos con tanta indiferencia la mentira de las personas públicas que determinan nuestra vida? ¡Qué pintamos nosotros en el juego del poder! Tal vez la causa determinante sea la impotencia a la que nos condena el sistema político y económico que padecemos. Ségoléne Royal, candidata a la presidencia de la Republica francesa, ha puesto en cuestión la validez del sistema, que en vez de prevenir los problemas y resolver los que hay, los crea, y luego alguien se presenta como salvador de la situación. La historia, y el presente vivo, con toda claridad nos demuestra que el hombre tiene más de animal que de persona: Quiere el poder para apropiarse de lo bueno y escupir lo malo. Detrás de toda la parafernalia, se esconde el animal. Al final lo que prevalece son las pulsiones del instinto: solemnes comidas y sexo. Aunque hemos avanzado y tenemos establecidos derechos y obligaciones, hay derechos muy abundantes para unos pocos y muy restringidos para la mayoría. En el programa citado, una mujer, con toda educación, se queja de tener sólo 300 euros de pensión. Para comparar, le preguntó a Rajoy: ¿Me puede decir cuánto gana usted? Le respondió, con una evasiva, «bastante más de eso». Hasta que no lleguemos a un sistema político que impida esas diferencias tan groseras, no podemos decir que vivimos en democracia. Quién aporta más a la sociedad, los trabajadores, los que cada día hacen que funcione el sistema o un señor que corre en coche, juega al tenis, da patadas a un balón o especula en la bolsa o con el poder político. Evidentemente, los valores no están invertidos.