DESDE LA CORTE
Redordad que es una niña
DESPUÉS de todos los especiales de todas las televisiones, supongo que no queda un ciudadano español que ignore que ha nacido una niña en un hospital de Madrid. En España nacen todos los días miles de niños y niñas -por cierto, muchos hijos de inmigrantes-, pero sólo algunos consiguen ser noticia: los hijos de los famosos. Y sólo dos han movilizado tantas cámaras y micrófonos: las infantas Leonor y Sofía, hijas de los Príncipes de Asturias. La primera, porque será reina; la segunda, porque es su hermana. No me atrevo a calcular el total de horas que les han dedicado las televisiones, pero han sido centenares. Las audiencias se han repartido, pero la suma indica que esta crónica interesa a gran parte de los ciudadanos. Lo malo es lo que cuentan, porque ¿qué se puede decir del nacimiento de una infanta cuyo sexo se conoce de antemano, que no ofrece más noticia que la cesárea, y cuya única novedad es la ausencia de novedad, porque ha nacido sin problemas? ¡Ah! Ese es el mérito: se analiza hasta el hastío si don Felipe estaba nervioso o tranquilo; se discute si doña Letizia puede o debe tener más hijos; es una especie de desnudo de la Familia Real. Y al pueblo le gusta. La Monarquía tiene esta liturgia, a medio camino entre la obligación de Estado y la crónica del corazón. Después viene la política. Cada vez que doña Letizia queda encinta o da a luz, nos acordamos: ¡ahí va, la Constitución! Y caemos en la cuenta de que sigue sin resolverse la igualdad de la mujer ante la sucesión en la Corona. Y lo que te rondaré, porque aquí no hay gobernante capaz de conseguir el consenso. Están Zapatero y Rajoy con cuerpo de diálogo¿ Menos mal que no corre prisa y la Divina Providencia trajo una niña, lo que tranquiliza a los nerviosos de la urgencia de la reforma. Lo que todo el mundo olvida es que esa personita que ha nacido será todo lo Infanta de España que se quiera, pero no es más que una niña. Pero una niña a la que todo el mundo quiere marcar su destino: ya le han dado el número tres en la sucesión; le vigilarán todos sus pasos; le querrán condicionar la vida; le controlarán salidas, entradas y novios; sentirá el peso de la responsabilidad por la familia a la que pertenece; vivirá con la sensación de sentirse vigilada por escoltas, cámaras, espías y curiosos. Ningún otro recién nacido sale con un horizonte tan marcado y condicionado. Es su servidumbre, por ser hija de quien es. Ese es el camino vital que emprende. Como símbolo de la vida que llevará bajo los focos, queda esa estampa de los periodistas apostados ante la clínica desde hace un mes y esas cámaras que esperan ver su rostro como uno de los documentos del año. Le deseo suerte. Y un poquito de libertad.