Diario de León

DESDE LA CORTE

Más educadores, menos policías

Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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LAS NOCHES de Madrid son un sobresalto. El recuento de los incidentes de las dos últimas madrugadas produce escalofríos. Entre las dos, un centenar de heridos, dos coches quemados, cabinas telefónicas, contenedores y mobiliario urbano destrozado. Los testigos hablan de batallas campales entre policías y jóvenes del botellón. No se sabe si la policía se excedió en su represión o los jóvenes reaccionaron con exceso de violencia. Pero, si esto llega a ser el País Vasco, estaríamos hablando de guerrilla urbana. ¿Es que se trataba de una protesta política que había que disolver? Nada de eso. Ni política, ni protesta social, ni nada: simple botellón. Todo ha ocurrido porque dos centenares de chavales se reunieron en esa ceremonia nocturna donde se bebe, se habla, a veces se consume droga y se espera el amanecer. Los vecinos a quienes les «toca» esa celebración al lado de sus casas están de los nervios: ni consiguen dormir, ni se atreven a salir. Resultado: acaban llamando a los guardias, y los guardias se convierten en los indeseables entrometidos en la fiesta juvenil. Basta un pequeño incidente para provocar el incendio. En la mezcla de alcohol, jarana y rebeldía, cualquier noche tenemos una desgracia. Las autoridades de Madrid y otras ciudades piensan que esas concentraciones se pueden arreglar con policías. ¡Tremendo error! Los policías lo único que hacen es darle a la noche el atractivo de lo prohibido y la emoción de la trasgresión. Las sirenas pueden ahuyentar a los jóvenes de un barrio, pero lo harán a base de carreras, peleas y desórdenes públicos. Es probable que ese ambiente de t ensión sea aprovechado por quienes buscan conflicto y las tribus violentas que acuden a esas citas con navajas y en busca de la gresca, como ha ocurrido en todas las fiestas desde que tenemos memoria. Pero, sobre todo, el botellón es un fenómeno social. Tan extendido, que ya no lo detiene ninguna ley. Es el refugio de multitud de jóvenes que lo entienden como su forma normal de relación. Es la escapada obligada de los lugares nocturnos que les cobran precios que no pueden pagar. Tiene la vertiente patológica de los comas etílicos y la entrada en el infierno de la droga, pero también se venden pastillas a las puertas de los institutos y facultades universitarias. Para multitud de jóvenes, seguramente millones, es un rito pacífico y casi sagrado. Pues bien: a un fenómeno social así no se le combate con acciones policiales, aunque piensen lo contrario muchos alcaldes. Y, si se intenta combatirlo con esos procedimientos, siempre estallará la chispa, como estalló en Madrid. Esto es más asunto de sociólogos que de políticos. Desde luego, más tarea de educadores que de policías.

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