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Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO
León

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EN CONTRA de lo que suele decirse, nuestros vecinos franceses están muy lejos de haber encontrado su camino de futuro, salvo que por tal se entienda una vuelta casposa al patriotismo de antaño, forzadamente adobado con Marsellesa y bandera tricolor. Porque el mal que sufre Francia no hay que buscarlo en la debilidad o incoherencia de sus estructuras internas, o en una economía que sigue estando entre las primeras del mundo, sino en la incapacidad que tienen los políticos para insertarla en la globalización, y para hacer compatible su Estado de bienestar con un marco político y económico cada vez más abierto e interdependiente. El futuro de Francia es una Europa fuerte y unida que, al tiempo de rescatarla de un inexorable descenso a la segunda división mundial, le va a exigir un fuerte tributo de homologación y apertura con los países que, siendo en muchos casos más débiles que ella, pueden garantizarle un altavoz eficiente para sus políticas. Y por eso la crisis francesa no puede tener salida hasta que acepten una de dos: o el camino de la «grandeur», que cada día los hará -¡vaya paradoja!- más pequeños y más insignificantes, o el camino de la cooperación, que a cambio de mantener vivas las expectativas de Francia, les va a exigir un fuerte tributo de solidaridad, un compromiso sin fisuras con la UE, y una rebaja del chauvinismo que siempre aparece cuando Francia se constipa. Francia se autodiagnóstico muy mal en las anteriores elecciones presidenciales, cuando una grave dispersión de sus estrategias y pronósticos obligó a prorrogar la era Chirac. También se equivocó cuando, considerando que la UE era su problema en vez de ser su remedio, arremetió contra la misma Constitución que ellos habían auspiciado y que nada tenía que ver con los problemas internos del país. Y también puede equivocarse ahora, cuando, en vez de hablar abiertamente de una europeización de Francia, y de volver a situarse al frente del único proyecto que significa progreso y libertad, insisten en mirar hacia dentro, como si la historia del mundo fuese rebobinable a la medida de sus necesidades y de su proyecto de Estado. Claro que no es lo mismo Sègolene Royale que Sarkozy, y que el discurso de la primera apuesta más por Europa que el segundo. Pero los dos coinciden en la idea de salvar Europa a través de Francia, en vez de reorientar la política francesa en el marco de una UE cada vez más fuerte y mejor organizada. Y por eso me temo que, lejos de haber entrado en la etapa de los grandes remedios, seguimos instalados en el laberinto de los paños calientes. Porque tan cierto es que Francia no puede ser grande sin Europa, como que Europa no es casi nada sin Francia.

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