HISTORIAS DEL REINO
León, 2010
VAYA semanita que llevamos, amigos lectores. Me ausento unos días para participar en un seminario internacional en Gerona y, cuando regreso, se acumulan los asuntos a tratar. A veces casi prefiero quedarme con la Pantoja y la operación malaya antes que abrir el melón leonés para servirme un gajo. Atónita me tienen los que, diccionario de sinónimos-antónimos en la mano, escriben con la demagogia en el stylus que clavan en la cera de su tablilla con la verborrea fácil del que quiere rellenar espacio y debe mantener el porte fingido de lo que ni su corazón siente mientras se burla a carcajada desdentada y pelona de su ayer. En 2010 celebraremos un hito singular: mil cien años de un reino que, lejos de mostrarse paladín de oropeles con olor a naftalina o de constituirse en necrófago analista de difuntos más o menos amojamados, ha sabido ofrecer a la democracia occidental su raíz más antigua en las Cortes de 1188, las primeras en las que se permitió a ciertos representantes de la ciudadanía que expresaran su opinión (puesto que a todos compete, que todos sean llamados). Un reino padre de hijos coronados, un territorio generoso donde prevalecieron en forma de fueros libertades y valores de convivencia desconocidos más allá de Navarra o al sur del Duero. León 2010 representa la meta de una carrera cuyo pistoletazo de salida disparó un monarca hace mil cien años: García I. No llevaba boina a rosca en lugar de corona por ser leonés, ni le conocemos otra adscripción política salvo la defensa del reino y la Cristiandad, gracias a los cuales esos que ahora protestan en lengua romance redactarían notas de sociedad en caracteres cúficos. Porque mientras aquí algunos se atreven a mofarse con escaso sentido del humor de una celebración que ha de convertirse en señera y se desternillan, pongamos por caso, con el fuero de Alfonso V (1017), otros, en cambio, nos adelantan por la izquierda. Por ejemplo en Sepúlveda, donde montan un museíto sobre los fueros en el que se muestra un diploma de Alfonso VI (1076) como figura estrella. Nuestro asunto nos cuesta a los historiadores que trabajamos sobre el reino de León disgustos de bilis, el buen hacer de Segovia 600.000 euros de inversión de la Consejería de mi admirada y valorada en su justa medida Silvia Clemente. Tal vez llueven las monedas porque allí, en Segovia, nadie se cachondea de sus fueros, que consideran seña de identidad de esa villa y tierra, como tampoco en Burgos, solar de Castilla, bromean con las leyendas de Fernán González o el Cid. ¡Qué pena de León! Gracias a estos rancios burlones, cazurros en su estricto sentido de malos trovadores, cada vez nos cuesta más devolver a su justa fama un reino que ha sido enterrado con tópicos, cantares y propaganda política medieval repetida ad nauseam por los que consideran más cierto el dicho que el hecho y se erigen en defensores de lo correcto. En la más castellana de las provincias leonesas el ojo que todo lo ve y sus orcos servidores se frotan las manos felices: los leoneses comienzan divididos el camino hacia la conmemoración del 2010.