Diario de León
Publicado por
PEDRO RABANILLO MARTÍN
León

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Cuando la mayoría de la sociedad se coloca al margen de los acontecimientos políticos que día a día se vienen sucediendo, alegando desconocimiento o de forma intencionada eludiendo el interés por los hechos negativos, el resultado se enmarca en un panorama de desasosiego generalizado, llegando a interrumpir el normal desenvolvimiento, incluso el de esa ciudadanía escéptica y desinteresada, que pecando de insensibilidad, arrastra al «infierno» a la otra que asiste perpleja y resignada al obligado desengaño. Con sorprendente indulgencia cedemos la soberanía política a los políticos/as afirmando que son los que la desarrollan, olvidándonos de esa parte de responsabilidad que nos obliga a ser vigilantes de la gestión que realizan, y castigando o premiando la ejecutoria de las funciones que tienen asignadas. Como anécdota puntual transcribimos el pensamiento del político francés Georges Clemenceau, el cual afirmaba: «La guerra es una cuestión muy delicada para dejarla en manos de los generales». Por tanto de igual modo pensamos que la política es un asunto, que a veces hasta el político más experto puede fallar en sus convicciones. Llegado a este punto, consideramos oportuno establecer una relación sobre el comportamiento de los distintos individuos/as que conformamos la «fauna» humana de este país. Dirigida muy especialmente al campo de las ideas que cada ciudadano/a tiene asumido y muy estrechamente vinculados a los distintos partidos políticos comprometidos en las distintas instituciones del Estado; haciendo una disección del conjunto, colocándolos y clasificándolos en los grupos de sus compromisos personales: realistas, escépticos y fanáticos. Subrayamos lo de realistas atendiendo a la ilustración que trasciende de aquellos que componen el grupo más selecto de cualquier sociedad que se precie, teniendo como base el fundamento de la verdad y la razón, sacrificando hasta el más puro idealismo y la doctrina que practican. Esperamos quede claro y expedito el camino a tomar ejemplo de aquellos que están llamados a servirnos de guía para una convivencia de solidaridad y de sana armonía. En cuanto a los escépticos, su razón de ser se limita a ejercer la desconfianza y el entorpecimiento por inacción y abandono de los deberes civiles; disfrutando de esa vida de comodidad, que normalmente les proporciona una posición económica desahogada, acomodándose a desoír las quejas de aquellos/as que por necesidades esenciales exigen más atenciones y cambios puntuales, para evitar la negligencia de los que deliberadamente nos gobiernan. El criterio de sus actuaciones se basa normalmente en la abstención en los comicios que se convocan, de la índole o importancia que sean. De los fanáticos, sólo nos queda aplicarles el «sambenito» de la intransigencia, aseverando el diagnóstico dentro de una patología de carácter psicológico, que va más allá del comportamiento humano «anormal». Limitando sus actuaciones a conflictos mentales personales. Desembocando a veces en agresiones verbales, debido al seguidismo contumaz a que les obliga la fidelidad «inquebrantable» a los respectivos partidos políticos, que con dotes de demagogia hipotecan las neuronas de la razón con la «magia» del engaño. Considerando a la política símbolo especial de este modesto ejercicio, de forma sucinta trataremos de explicar el torpe funcionamiento de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, especialmente aquellos que cambian el deber del servicio a los ciudadanos/as por el de servirse de los que ambiguamente se abandonan a la confianza e ingenuidad que les caracteriza. Estos descuidados, escépticos y fanáticos, son las piezas más codiciadas en la cacería política. Los unos por desatención y abandono. Los otros «alicortados» de antemano por la inquebrantable sumisión a la que viven condenados. Alguien dijo que la política es un entretenimiento bien remunerado para los «caras» que la ejercen. No le faltaba razón ya que el aserto es vinculante con el momento de incertidumbre por el que está pasando la sociedad, alimentado por ese abandono a la democracia, de la que paradójicamente hacen gala aquellos que aparecen como adalides en la práctica de la doctrina, vulnerando sin piedad los sagrados principios que la definen. Cuando los partidos políticos entran en liza a administrar y gobernar alguna institución, en lugar de aferrarse al paradigma del consenso y la colaboración, se lanzan a una guerra sin cuartel, que suele durar el tiempo de la legislatura o periodo de legitimación, contraponiendo ininterrumpidamente los criterios y proyectos que presenten por separado. Los daños y perjuicios de esta beligerante actitud no les causa sonrojo ni mengua su dignidad; ésta la pierden al traspasar la puerta de los despachos. La falta de respeto a los ciudadanos/as, la palían en campaña electoral, como actores profesionales, llevando en el morral de los «viajes» la hipocresía que van repartiendo en tanto dure la campaña. Que en política existen personajes altamente cualificados para desarrollar una labor encomiable, no me cabe la menor duda. Desgraciadamente y a muy altos niveles, el rodillo partidista impide la realización de proyectos ventajosos a los que la sociedad asiste dividida, entre impasible por complacencia, e indignada por sensatez. Esta dicotomía distorsiona de manera flagrante el buen funcionamiento de las instituciones y pone en evidencia el desbarajuste social a punto de perpetrarse. Ya para terminar, y a la vista de las muy cercanas elecciones municipales y autonómicas, y las no muy lejanas nacionales, sería bueno y aconsejable, que los ciudadanos/as, nos sometamos a un ejercicio de inteligencia abordando las claves de una buena elección. Las opciones han de estudiarse con perspicacia y atención. La ambigüedad y el fanatismo representan un desprestigio para quienes los practican. En cuanto a los políticos/as deben prepararse a asumir con honestidad y respeto los resultados que dicten las urnas. Sometiéndose a una estrecha colaboración con los otros compañeros de gestión. Menos chismorreo y más cultura del comportamiento.

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