LA VELETA
Confieso que lo he intentado
EN LOS muchos años que llevo colaborando con este periódico he escrito muchos artículos sobre el País Vasco en los que, remando a veces contracorriente, he tratado de salvar tres principios fundamentales: que la lógica del Estado no puede sufrir modificaciones reactivas derivadas de la lucha antiterrorista; que la simplificación del análisis, y la aceptación generalizada de sus conclusiones, equivalen a un atajo lleno de riesgos, que sólo ofrece soluciones a corto plazo; y que la defensa radical de los principios democráticos no puede quedar hipotecada por una supuesta eficiencia en la lucha contra ETA o contra cualquier otra forma de terrorismo nacional o internacional. Como consecuencia de estos principios, me he movido en un marco estratégico que, sin contradecir en absoluto la ley, ni ceder un ápice en la defensa de la libertad y de la vida, discrepa con frecuencia de la fórmula casi unánime con la que se despacha la cuestión vasca en los debates políticos, en las tertulias de café y en la práctica totalidad del sistema mediático. Y es que tengo la creciente convicción de que esta opinión dominante no es fruto del esfuerzo político o intelectual, ni de la voluntad de resolver el problema, sino de la comodidad de la clase política, de las veleidades populistas de los jueces, y de las ansias que tiene la opinión pública de crear y usar un canon simplificado -como una plantilla moral- para despachar sin riesgo ni compromiso las cuestiones más difíciles. En términos generales mantengo lo dicho, incluyendo la fuerte contaminación partidista de la lucha antiterrorista, y la absurda competición que han iniciado las instituciones del Estado para dirimir quién es el más puro, y quién odia con más ahínco el espacio batasuno. Pero lo que sucede estos días, en medio del esperpéntico proceso de ilegalización de listas, personas y partidos que hemos emprendido, desborda mi comprensión, aburre mi curiosidad política y me obliga a una rendición no moral, pero sí estratégica, en mi batalla por devolver radicalidad jurídica y democrática a una lucha en la que me considero tan implicado como el primero. Y si quiere saber exactamente lo que digo le invito a hacer esta prueba: recorte toda la información sobre el control de las listas aberzales, y, sin cambiarle un ápice los contenidos y antecedentes, sitúela imaginariamente en un país del Tercer Mundo. Relea después, con distancia intelectual, lo que ahora lee lleno de prejuicios, y evalúe el resultado. Verá que somos un país muy avanzado y democrático, que tiene en su mente un extraño agujero negro de etiología bananera. O una historia que nadie asumirá cuando tengamos perspectiva para juzgarla.