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PUENTE DE PALABRAS

Los políticos como problema

Publicado por
JOSÉ MANUEL OTERO LASTRES
León

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COMO ES sabido, en el último barómetro del CIS la clase política aparece en la lista de los problemas que más nos preocupan a los españoles, que vuelve a estar encabezada por el terrorismo. El resultado de las encuestas es menos sorprendente de lo que pudiera parecer a primera vista. Sobre todo, si se tiene en cuenta que los preguntados son los ciudadanos y no los propios políticos. Aunque toda generalización es inexacta e injusta, las razones de esta negativa valoración de los políticos pueden ser diversas, pero, entre ellas, pueden estar las siguientes. La primera puede ser la cada vez más creciente profesionalización de la clase política con la consiguiente disminución de su nivel de preparación. En efecto, durante los casi treinta años que llevamos de democracia, la política ha acabado por nutrirse preferentemente de personas cuya primera ocupación profesional fue la propia política. Se trata, en general, de personas que en los inicios de la democracia no fueron cooptados de otros ámbitos profesionales en razón de sus méritos, sino de jóvenes que entraron a trabajar en los partidos políticos, ocupándose en sus inicios, como en cualquier otro trabajo, de las tareas menos relevantes (llevar cafés y hacer fotocopias). Desde entonces, estos «profesionales» de la política, sin dejar de formar parte de la «burocracia» de los partidos, fueron ascendiendo, paso a paso, hasta que en los últimos tiempos están empezando a aparecer como cabezas visibles de aquellos. Desde luego, esta profesionalización en sí misma no debería ser negativa, de no ser porque cierra el camino a otros ciudadanos que podrían dedicarse eventualmente a la política, y que, además de traer aire fresco a una actividad que no debería estar viciada en modo alguno, no se aferran al cargo porque tienen otro medio de vida más allá de la política. Otra posible causa, para mí íntimamente ligada con la anterior porque, en cierto modo, es otra de sus consecuencias, es el modo tan desafortunado en el que viene ejercitándose la actividad política. Porque, en los últimos tiempos, los ciudadanos estamos asistiendo atónitos a un ejercicio de la política en la que cada vez se respeta menos la verdad y al adversario. Han sido tan defraudados por las promesas electorales, que es muy probable que los ciudadanos otorguen a los anuncios de sus políticos la misma credibilidad que a la publicidad. Saben que prometen el oro y el moro porque se están jugando nada más y nada menos que sus puestos de trabajo, y por eso, el pueblo cree tan poco en lo que les prometen como en las fantásticas excelencias que aparecen en los anuncios. Si de lo que antecede pasamos al respeto que se tienen en la actualidad los políticos, por muy indulgente que se sea con ellos tampoco salen bien parados. Qué la lucha política se reduzca básicamente a descalificaciones mutuas, puede resultar divertido y hasta reconfortante para ellos, pero no parece que con eso puedan resolverse adecuadamente los problemas de los ciudadanos.

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