AL TRASLUZ
Tumbas imposibles
LOS ARQUEÓLOGOS han encontrado la tumba de Herodes. Interesante hallazgo, aunque uno hubiera preferido el hallazgo de la tabla redonda, la pierna de palo de Ahab o los cimientos del Hotel California. Restos de pasado imposible. Tarde o temprano, nosotros y nuestros sueños seremos arqueología, quizá ya lo somos. Todo avanza tan deprisa, aunque nadie sepa hacia dónde, que si dejas un día de ver anuncios te quedas anclado en la prehistoria de tu tiempo. Al poco de iniciar mi andadura profesional en este periódico, se produjo el cambio de la máquina de escribir al ordenador; en días, las reinas de la redacción partieron al exilio del hueco de la escalera, así de drásticas son las revoluciones tecnológicas. Una semana después, aquel ritmo de tamtanes que caracterizaba a la redacción, por el golpear de los teclados, pasó al silencio prusiano de la informática, y hoy son ya pasado remoto tanto aquellas olivetti como los primeros ordenadores que las sustituyeron; en fin, el quítate tú para ponerme yo que mueve al mundo desde que a la nada le dio por expandirse. Vanidad de vanidades. Donde está ahora Herodes, de nada le vale el esplendor de su tumba ni el apodo de el Grande. Seas rey o mendigo, sólo es inmortal el bien que dejas a tu paso, todo lo demás son restos del naufragio. Sí, hubiera preferido que hallasen el sepulcro de Don Quijote, esa que Unamuno nos recomendó salir a buscar. O la sonrisa fosilizada de Falstaff. Tumbas imposibles. Cuando Ulises desciende al reino de los muertos y felicita a Aquiles porque entre lo vivos es considerado un gran héroe, tal como había deseado, éste le espeta: «preferiría estar en la tierra y ser el esclavo del hombre más pobre a ser el soberano de todos los cadáveres». Herodes murió, el desierto sigue ahí.