Diario de León

EN EL FILO

Zapatero precisa a ETA y a Rajoy...

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FEDERICO ABASCAL
León

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O EL PRESIDENTE Zapatero aclaraba urgentemente dos nebulosas electorales o el horizonte político iba a oscurecerse aún más de lo que estaba a mediodía de ayer. Por un lado, la izquierda radical aberzale venía desarrollando la insolente estrategia de mofarse de la legislación que la mantiene fuera de la batalla electoral, y se envanecía al mismo tiempo de que algunas listas de ANV le sirvieran de caballo de Troya para introducirse en la contienda de las fuerzas democráticas, y, por otro, Rajoy insistía con indomable tenacidad en que el Gobierno o, más precisamente, ZP permitía que ETA concurriera a estas elecciones, por negarse a la ilegalización de ANV. Hasta las tribunas mediáticas menos cercanas al conservadurismo del PP, sector dirigente, guardaban ya silencio ante la confusión creada por el Gobierno, los tribunales Supremo y Constitucional, y la Fiscalía General del Estado en torno a la Ley de Partidos, favoreciendo que ésta permitiese cabalgar a lomos de ANV a algunos abertzales filoetarras o acreditados afectos batasunos. Y se culpaba a ZP de actuar con ambigüedad política y oscuridad estratégica, en lo relativo al supuesto proceso de paz. Los temas municipales se veían enterrados por el peso de las críticas e hipótesis contra la política antiterrorista. En vista de lo cual, Zapatero vistió ayer su terno ceremonial y anudó corbata en torno a su cuello para mostrar que en el mitin de Vitoria no iba de mitinero sino de presidente, y que sus palabras no pretendían tanto enardecer a su partido (estaba reservado el derecho de admisión a los candidatos socialistas) como para hacer una serie de puntualizaciones a ETA, en primer lugar, y luego al PP. A ETA le dijo, y además desde Vitoria, donde el Gobierno vasco tiene su sede, que mientras no abandone definitivamente la violencia no cabe pensar en ningún proceso de paz. Y a Rajoy le pidió que volviera a la «lealtad democrática». Lealtad, dura palabra en la ocasión. No se podía olvidar en Euskadi la solución de Irlanda del Norte, y a ella se refirió Zapatero, más que para exhibirla como modelo, para señalar las diferencias entre la situación irlandesa y la vasca: a) el gobierno de Blair siempre tuvo el apoyo de los conservadores, y b) en Belfast no se avanzó hacia la paz hasta que la violencia se dejó atrás, fue abandonada definitivamente. Y esa sería la lección, dijo el presidente, para quienes aún secundan la violencia en Euskadi: con pistolas y bombas no hay proceso de paz. En León, Rajoy exigía al Gobierno que Batasuna no se presente a las elecciones y que el Gobierno diga «con meridiana claridad» si se ha roto lo que él llama proceso de paz, pues él, Rajoy, cree sinceramente que sigue habiendo contactos entre Batasuna y el PSOE. Poco después oyó el líder «popular» la llamada a «la lealtad democrática» que le hizo Zapatero desde Vitoria, donde un grupo numeroso de aberzales radicales le dedicó una serie de epítetos nada lisonjeros. Se esperaba, se hacía ya urgente, que ZP le dijera públicamente a ETA lo que la sociedad española tenía derecho a saber, es decir, que sólo con renuncia definitiva a la violencia podría abrirse un diálogo de paz. Y también la sociedad española se merecía que el presidente del Gobierno, hablando como tal, exigiese «lealtad democrática» al líder de la oposición.

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