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Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO RIVAS
León

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LA BOMBA que los Tedax desactivaron en Lugo, frente a las oficinas de la Constructora Mon, S. A., nos obliga a reflexionar sobre un telón de fondo que empieza a ser preocupante. Porque estamos ante el tercer atentado de esta naturaleza -después de los de Nigrán y Cangas- que se contabiliza en pocas semanas. Porque estamos ante una secuencia que conecta con otro atentado del año pasado que sigue sin resolver. Y porque empieza a ser evidente que, ya sean unos locos, o demasiado astutos, estos chapuceros de la olla a presión y el explosivo casero empieza a tener capacidad operativa. La impresión más extendida es que la Delegación del Gobierno en Galicia está sucumbiendo a la tentación de devaluar este asunto, como si la técnica artesanal de los atentados y el estupor que produce la fantasmal organización que los reivindica (Frente á Destruçom Resistenza Xeralizada) no fuesen la peor de las noticias que cabe dar en este suceso. Porque si tienen capacidad operativa es preferible que sean malos a que sean locos. Y porque si se trata de un grupo aislado y desestructurado, sería mejor que dependiesen de suministros externos antes que evidenciar su capacidad de fabricar sus propios artefactos. Pero lo que más preocupante se me antoja es que este terrorismo cutre e imprevisible relacione su resistencia con el urbanismo. Porque, aunque nadie tenga dudas de que la culpa de las bombas la tiene el que las pone, da la impresión de que nos hemos pasado tres pueblos en la criminalización de una actividad económica que, considerada durante largo tiempo como signo de progreso, devino en el chivo expiatorio de todos los errores cometidos a lo largo de tres décadas, hasta el punto de dar una cobertura oportunista a los que ahora se deslizan por la pendiente del crimen. La fuerte influencia que tiene ETA en las políticas antiterroristas de España hizo que se descuidasen otros fenómenos tan graves como el terrorismo islamista, el crimen organizado y la corrupción política y empresarial. Y por eso hemos llegado a esta situación en la que, mientras todo el aparato del Estado parece entretenido en vencer a ETA por medios judiciales, pululan sin control otros modelos criminales que ya matan mucho más que ETA, que corrompen abiertamente los poderes de la democracia, y que acrecientan la sensación de inseguridad que las estadísticas no logran desmentir. Por eso sería muy grave que, en vez de convertir la bomba de Lugo en un punto de inflexión en la lucha contra el crimen, insistiésemos en devaluarla. Porque, para bien y para mal, sigue siendo válido el célebre apotegma de Cicerón: «omnia rerum principia, parva sunt» (todas las cosas son pequeñas cuando empiezan).