LA ASPILLERA
Y atracó la realidad
«O SEA, una isla de magias y corales, sin culpa, sin memoria, días que pasan al ritmo de los vientos, sólo acompañado por la tenaz e infinitamente silenciosa mirada de las lagartijas¿». Andaba cavilando por la calle casi desierta, después de una apacible velada a la vera de José María Merino y de su última novela, El lugar sin culpa , cuando la realidad atracó de golpe en la isla de mis ensoñaciones: «Haremos más. Tu voto puede». Y un poco más adelante un señor semicalvo ¿me ofrecía? , ¿me pedía?, «confianza en el futuro» y había quien, más explícito, aseguraba que detrás de su rostro amplificado hasta la extenuación de los píxeles estaba «tu hombre de confianza» y precisaba, en letra más pequeña, que tenía en su cartera «un proyecto para todos» que no cabe duda de que sería para poner patas arriba «el León que viene». A mí, que estaba todavía saboreando las mieles del mejor de los Leones posibles, el de la conversación cercana y amistosa, el de los proyectos del espíritu, se me reclamaba, en medio de la noche, de forma extraña e imperativa: «pide más». Y, a unos pocos metros, se subrayaba el reclamo para rematar la perplejidad: «hace falta». Seguí caminando, acompañado de esas dudas y de esa íntima seguridad que te da comprobar que no estás solo; aliviado por saber que hay tantísima gente que está dispuesta, y lo dice hasta en las paredes, a estar «de tu lado»; pero también sentía una cierta turbación. Era evidente que la imaginación de los creadores-cuidadores de imagen se había tomado unas vacaciones. O, simplemente, la cartelería, respondía fielmente a la cruda realidad; más directamente: a lo que nos merecemos. Sea como sea, echaba de menos, primero, caras nuevas iluminadas por la luz de la inteligencia; segundo, mensajes en los que la sinceridad se hubiera impuesto a la demagogia. Imposible encontrar un cartel de esta guisa: «Mire usted, yo no le prometo nada, salvo ser honrado». Los creadores de imagen hubieran dicho que es muy largo, que el mensaje debe ser corto y directo, como un latigazo a la conciencia. Y no saben, o no quieren saberlo, que lo que se echa de menos es el ejercicio de la persuasión honesta e inteligente antes que ese inclemente bombardeo de frases de laboratorio barato que son como la punta afilada del puñal de la demagogia. No escuchará nadie estos días cosas como éstas: «reconozco que nuestro ayuntamiento es capitán general del relajo, de la improductividad, de las deudas y de la caótica gestión y reconozco también que posiblemente naufragaré en el intento de modificar esta situación pero, por mi madre, que lo voy a intentar». Tampoco será fácil escuchar: «Debemos huir de perversos chantajes, evidentes o subliminales; defenderé este proyecto, hasta el final, independientemente de quién gobierne la Nación, porque sé muy bien a quién me debo...». Tampoco se oirá: «no voy a prometer lo que no puedo cumplir, ni me voy a situar en la có moda situación del yo invito y tu pagas...». No nos hagan, en fin, comulgar con ruedas de molino. Sabemos que los programas son primos hermanos. Basta con que sean, que lo intenten al menos, honrados: Así, de verdad, en confianza, sin pedir más, todos haremos más por el León que viene. Claro que hace falta.