EL RINCÓN
Luz, menos luz
LAS SOCIEDADES opulentas y las que se comportan como si lo fuesen tiran la casa del mundo por la ventana. Parece como si hubiera un premio al derroche y se compite en la olimpiada del despilfarro. Cuando el gran José Plá, hace muchos años, vio por vez primera Nueva York resplandecer en la noche, preguntó: -¿Y eso quién lo paga? El payés se había convertido en un cosmopolita, pero le gustaba hacerse pasar por un palurdo. Además su curiosidad era auténtica. Más o menos es la misma que ahora ha impulsado al ex presidente Bill Clinton a establecer un plan para mejorar la eficiencia energética en las ciudades, que ya no pueden costear el gasto. «Poniendo al día los hogares y las oficinas podremos ahorrar del 20 al 50%», ha dicho Clinton, que fue un buen presidente, aunque pase a la historia como el más célebre de los conjuntos intérpretes de ocarina. Está convencido de que el 40% de las emisiones de gases invernadero procede de los edificios y de que es urgente el ahorro, si no deseamos que las generaciones venideras maldigan a sus antepasados. Lo del calentamiento global es verdad. Se está viendo venir y lo peor no es que descienda la venta de bufandas, sino que los hijos de nuestros nietos se asen. Como no varíen los sistemas actuales de calefacción y no se sustituyan las bombillas incandescentes, este planeta suburbano puede ser inhabitable, pero seguimos diciendo eso de el que venga detrás que arree. La verdad es que cada uno de nosotros hemos sido la persona más egoísta. Es esta palabra, egoísmo, la que peor se aplica. Todos nos creemos el centro del universo porque de verdad lo somos mientras estemos vivos. Cuando nos vayamos, el último que apague la luz. 1397124194