Diario de León

LA VELETA

Calidad... democrática

Publicado por
MANUEL MENOR CURRÁS
León

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¡MENUDO trampantojo electoralista!. En el pasado, y en el presente posterior a ese pasado del que no todo es ido, éste es uno de esos términos arrojadizos que, entre nosotros, tanto ha definido la «guerra escolar»; de los más subjetivos y propicios a la crispación, por el esencialismo con que se suele cargar. En asuntos educativos -y puede que en otros varios-, es corta la transición democrática. ¡Ojalá que no estemos en la regresión! Hay una escenografía «intransitiva» con demasiados sonidos supuestamente democráticos, dispuestos para «vigilar» la democracia. Prueba número uno: la del nominalismo turnista. Es de apariencia consistente, porque remueve periódicamente los fundamentos legislativos del sistema, hasta convertirse en símbolo de cada legislatura. Con una deriva evidente: el aumento cuantitativo de las páginas de los boletines oficiales -y la superación de la ya por sí dilatada manía existente por regular la enseñanza desde que dependía de Fomento-, pero con muy discutibles repercusiones eficientes en la mejora de la educación en España. Los cambios de gobierno, prosiguen impávidos la manía de curar nuestras carencias, arremetiendo contra anteriores responsables del tinglado. Portadores de la redención, quieren superarles en «buenismo» y batir toda marca de gestión, pero su afán se ciñe a un ordenancismo ex novo, desde la exclusiva del saber sobre lo que debe ser nuestro bien. ¿Cuándo se podrá buscar la madurez buenista, sin rozar la magia y el espiritismo, y con maneras de transformar la realidad más consistentes que la de la mera letra impresa de su turnismo oficialista?. Prueba número dos: la de la memoria. No sólo es que se ignore a quienes, en defensa del conocimiento y de actitudes democráticas, fueron depurados; y que en los propios centros donde impartieron docencia o investigaron no se sepa nada de ellos o se les mantenga como «enemigos»; sino también su secuencia posterior, perceptible en que el estilo y conocimientos de quienes les suplieron siguen visibles en los criterios de «calidad» de gestores actuales con capacidad para establecer baremos, protocolos, sistemas de evaluación y creación de opinión autorizada al respecto. ¿Es tan periférico este mundo de la educación y la investigación como se da a entender con su aparente invisibilidad? ¿Qué rentabilidad tiene el juego de despiste nebuloso, como no sea la de ocultar las conexiones del poder y el saber?. Y, por ahora, prueba número tres: la de las evaluaciones que no evalúan nada que no sean pre-juicios o pro-paganda sectaria. ¿Qué evaluación objetiva existe de las necesidades reales, de las decisiones equivocadas e interesadas, de los logros, de las dificultades a superar, de los profesionales implicados?¿Qué vale y qué no vale para los problemas emergentes? ¿A qué se aplican realmente los institutos de evaluación existentes?

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